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Una inesperada declaración de amor (y III)

Una inesperada declaración de amor (y III)

Extracto de la escena que protagonizan Yasmina y Joan,  y que forma parte del capítulo 129 del libro,  “El Laberinto de la Verdad”.

Yasmina permaneció un rato en silencio después de escuchar aquella declaración de amor impresionante que desbordaba, por completo, el escenario que ella había imaginado. Por fin tomó la palabra con una voz un poco temblorosa.

                        –  Supongo que tienes muchas ganas de abrazarme y acariciarme – dijo en tono de pregunta y un volumen de voz muy bajo.

                        –  Si, tengo muchas ganas de abrazarte y acariciarte pero hay algo dentro de mí que me dice que no debo hacerlo – respondió Joan en un tono de voz que reflejaba un grado muy elevado de serenidad que sólo puede mantener, en el seno del proceso de acercamiento a una mujer, un hombre dotado de testículos de acero.

                         –  Supongo que lo que hay dentro de ti que te dice que no debes abrazarme y acariciarme es el voto de castidad que profesaste, de forma solemne, el día que fuiste armado caballero templario – añadió Yasmina en el mismo volumen de voz.

                         –  Exacto, el voto de castidad propio de un caballero templario es un tema muy serio que las personas que no participan de esta experiencia no pueden ni siquiera imaginar.

                         –  Pero resulta que tu voto se extinguió el día que no tuviste más remedio que pasar a la clandestinidad con objeto de salvar la vida.

                        –  Me he convencido de que el voto que profesé, de forma solemne, se ha extinguido por una razón de orden superior que es la que responde a la exigencia de salvar la vida. Pero sucede que dentro de mí permanece una inercia que tiene mucha fuerza en la medida que han transcurrido casi veinte años desde la última vez que compartí la intimidad con una mujer.

                       –  Supongo que puedes contarme lo que sucedió la última vez que compartiste la intimidad con una mujer.

                       –  Sucedió que Dios quiso demostrarme que el don del libre albedrío del que disponemos los seres humanos es un tema muy serio ya que tuve la oportunidad de elegir entre formar una familia con una chica muy joven que gozaba de un rostro bellísimo o ser armado caballero templario lo cual exigía profesar el voto de castidad que se mantendría vigente hasta el último día de mi vida. Tuve claro que las dos posibilidades eran gratas a los ojos de Dios y la elección me correspondía a mí.

                       –  Supongo que puedes explicarme la historia que viviste con la chica que gozaba de un rostro bellísimo y sucedió hace casi veinte años.

                       –  La historia que viví con la chica que gozaba de un rostro bellísimo duró una larga noche que tuvo un sabor muy dulce y una mañana que fue menos larga y tuvo un sabor amargo – dijo Joan en un tono de voz que indicaba que no quería explicar nada más acerca de aquel tema.

El hombre y la mujer permanecieron un buen rato en silencio mientras llegaba a sus oídos el rumor monótono que procedía de las sábanas de espuma que se entregaban a la playa de la pequeña cala donde los tres caballos permanecían inmóviles mientras despachaban el forraje seco y las algarrobas sin ninguna prisa.

El tiempo transcurrió con lentitud mientas se iban apagando los últimos destellos que lo rayos del sol arrancaban de las protuberancias más altas de las rocas que cerraban el recinto por la parte del este. En un momento dado pudieron escucharse los ladridos lejanos del mastín que anunciaban que quizás había logrado cazar una culebra o una rata de monte.

 

                                

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