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Una consulta al oráculo, al alimón

Una consulta al oráculo, al alimón

Extracto del diálogo que mantienen Ismael, Yasmina, Joan y Pierre y que forma parte del  capítulo 73 del libro, “El Laberinto de la Verdad”.

                        –   ¿Cómo conocisteis al hombre que constituía el último eslabón de la escuela sagrada de aquel país que poseía una antigüedad de más de tres mil años? – preguntó Pierre.

                         –  Sucedió que nuestro traductor tuvo la ocurrencia de llevarnos a un templo de la religión tradicional de China después de asegurarnos que el sacerdote que se ocupaba de mantener activo aquel templo era un hombre que nos sorprendería por la sabiduría que poseía – respondió Ismael -. El día siguiente fuimos a aquel templo. Para ello precisamos cruzar la ciudad inmensa de un extremo al otro de acuerdo con la diagonal del rectángulo. El templo permanecía escondido detrás de una hilera de casas pequeñas y se accedía al mismo por una abertura que tenía la forma de un círculo y estaba situada entre dos casas. De aquel lugar arrancaba un pasadizo que llevaba a un jardín pequeño en el que había cuatro cipreses de formas retorcidas que aparentaban ser muy viejos. En el lado izquierdo del jardín estaba el templo que era muy pequeño y en el lado derecho del mismo estaba la vivienda del sacerdote en la que había una salita que estaba ocupada por una mesa redonda, cuatro sillas y una estufa de carbón. El sacerdote resultó ser un anciano que se ataviaba con un vestido de seda de color ala de mosca que aparentaba estar muy usado pero poseía mucha dignidad. El anciano llevaba un poco de pelo muy blanco en la cabeza y lucía una larga barba del mismo color que sólo le crecía en la parte de la perilla. El anciano nos invitó a hacer uso del oráculo de los palillos de bambú con objeto de obtener un mensaje que él interpretaría. Sin solución de continuidad nos explicó, por medio del traductor, que su modestísimo negocio se sustentaba en aquella acción por la que deberíamos pagar lo que nosotros creyéramos que era justo.

                        –  Estamos frente a otro tema que sólo puede creerse si se escucha por boca de un testigo – dijo Pierre.

                        –  Mi amigo y yo hicimos uso del oráculo al alimón – prosiguió Ismael -. El oráculo consistía en un tarro de bambú que llevaba dentro un centenar de palillos de aquel mismo material. En seguida descubrimos que la acción de mover los palillos, por medio del vaivén de las palmas de las manos, resultaba ser muy sensual. Cuando ambos nos hubimos relajado por medio del ejercicio de mover los palillos, el sacerdote nos indicó que debíamos sacudir el tarro, al alimón, con objeto de que los palillos cabalgaran unos sobre otros y se desprendiera alguno de ellos. Mi amigo y yo hicimos aquella acción y sucedió que cayeron dos palillos sobre la mesa. El sacerdote hizo uso de un instrumento que poseía un cristal de color paja enmarcado por un aro de bronce que incluía un mango de marfil. El cristal le permitía aumentar, de una manera increíble, la visión del palillo que llevaba grabados, en el extremo que quedaba escondido dentro del tarro, varios caligramas que transmitía el mensaje.

                        –  ¡Qué experiencia más interesante! – dijo Joan en tono de exclamación.

                        –  El sacerdote hizo la interpretación del mensaje del oráculo – prosiguió Ismael -. Mi amigo puso una cara muy seria cuando escuchó la traducción que yo no pude entender por causa de que poseía una densidad inesperada. Después de que mi amigo tradujera al árabe lo que había escuchado, por boca del traductor, ambos permanecimos un rato en silencio convencidos de que habíamos hallado, antes de lo previsto, lo que habíamos ido a buscar a China. Mi amigo y yo decidimos pagar el servicio del sacerdote con dos monedas de plata acuñadas en Persia. El sacerdote decidió devolvernos una de las monedas y conversar un rato con nosotros. Cuando lo consideró conveniente dio por acabada la conversación y nos dijo que nos aceptaba como discípulos a los tres lo cual causó la mayor de las sorpresas al hombre que ejercía de traductor y conocía al sacerdote desde hacía muchos años.

                        –  ¡Qué experiencia más interesante! – repitió Joan.

                        –  Después de decirnos que nos aceptaba como discípulos el sacerdote nos hizo encender tres barras de sándalo en la estufa y, a continuación, las barras quedaron depositadas en una de las dos cazuelas de bronce que estaban situadas a los dos lados de la puerta del templo – prosiguió Ismael -. Las cazuelas de bronce estaban llenas de ceniza de sándalo que hacía posible la acción de clavar las barras. El sacerdote nos obligó a estar un rato inmóviles con la barra de sándalo en la mano antes de dejarla en la cazuela de bronce y abandonar aquel lugar. Mientras ardía la barra de sándalo, que teníamos en las manos, el sacerdote nos exhortó a enfocar nuestra mente en la columna de humo blanquísimo mientras nuestro olfato se empapaba del mismo.

                        –  Trato de imaginarme la escena – dijo Pierre.

                        –  Mientras celebramos aquel rito religioso sencillo, en el atrio del pequeño templo, rodeados de los cuatro cipreses bicentenarios de formas retorcidas, mi amigo y yo nos percatamos del hilo conductor que había entre nuestro nuevo maestro y nuestro primer maestro que fue el médico judío de El Cairo -. Ambos entendimos que el hilo conductor, entre uno y otro maestro, era la educación del poder de la mente. También entendimos que las cosas no podían ser de ninguna otra manera ya que al margen de la educación del poder de la mente no puede existir ninguna escuela de perfeccionamiento humano ni en el lado de la luz ni en el lado de la oscuridad.

                         –  ¿Cuál fue el mensaje del oráculo y la interpretación que hizo del mismo el sacerdote? preguntó Joan.

                        –  El mensaje del oráculo fue que mi amigo y yo habíamos ido a China a buscar una roca de jade enterrada en el desierto – respondió Ismael -. La interpretación del mensaje que hizo el sacerdote fue que mi amigo y yo ya habíamos hallado la roca de jade enterrada en el desierto y ésta nos sorprendería por el hecho de ser más grande de lo esperado, pero nos sucedería que la gran roca de jade daría satisfacción a los deseos que ambos llevábamos dentro del corazón mientras desencadenaría otros deseos que serían mucho más potentes y nos costaría mucho tiempo hallar la forma de darles satisfacción.

                        –  ¡Qué historia más fuerte! – dijo Joan.

                        –  Lo más fuerte de todo es el tema del traductor que conocía al sacerdote desde hacía muchos años y le sucedió que aquel lo aceptó como discípulo justo el día que apareció en compañía del cristiano que había nacido en Armenia y el musulmán que había nacido en Andalucía – dijo Pierre.

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