Los Guerreros de la Paz (y II)
– ¿Cuándo descubriste la existencia de la magia? – preguntó Helmut después de culminar la observación del hombre que estaba sentado frente a él.• La primera vez en mi vida que escuché la palabra magia tenía veinticinco años. Hacía dos años y medio que me había diplomado y trabajaba en un servicio de medicina interna, de un hospital de Buenos Aires, tratando de aprender, cada día un poco más, de un adjunto del servicio que era muy bueno. Un día alguien me explicó que dos enfermeras del hospital habían sido víctimas de la magia negra. Sentí curiosidad por aquel tema y me fui en búsqueda de las enfermeras. Ambas estaban de baja por enfermedad. Conseguí localizar a una de ellas en su casa. Era una chica muy joven que vivía con sus padres. La chica tenía un rostro lindo pero afeado por varios granos y estaba en tratamiento médico por causa de aquella incidencia. Además estaba muy afectada por ello. Me contó que a su amiga le sucedía lo mismo y que una mujer, que leía las cartas del Tarot, les había dicho que la causa de los granos de ambas amigas era un mal de ojo que les habían hecho en Brasil. Resulta que ambas amigas habían hecho un fascinante viaje de vacaciones por Brasil que había incluido un romance con dos hombres que habían conocido en un avión. La mujer que leía las cartas les había dicho que el mal de ojo tenía su origen en las esposas de los caballeros brasileños que habían querido hacer un escarmiento con las jovencitas argentinas que habían tenido la ingenuidad de dejarse seducir por sus apuestos maridos. Te aseguro que el sentimiento que me transmitió aquella historia fue de miedo ante un fenómeno desconocido.
– Lo comprendo muy bien.
– Me despedí de aquella chica y traté de no pensar más en ella. Al cabo de un año me encontré a la enfermera en la cafetería del hospital. Se había curado de los granos aunque en su rostro quedaba la secuela de los mismos. Me contó que su amiga tuvo la suerte de que un celador del hospital, que estaba enamorado de ella, se implicó en ayudarla. El celador descubrió que las dos amigas se habían traído de Brasil unos espejos enmarcados que eran regalos que habían recibido de los dos caballeros con los que vivieron el romance. Resulta que en los marcos de aquellos espejos había encerradas unas semillas que eran nada menos que el origen de los granos. El celador quemó los marcos y las semillas y desaparecieron los granos de los rostros de las dos chicas.
– ¡Qué fuerte!
– Tuve ocasión de conocer a la segunda enfermera y al celador que se había convertido en su novio. Cuando me despedí de aquellas tres personas un sentimiento enorme de perplejidad se apoderó de mí. ¿Cómo podía ser que unas semillas escondidas dentro del marco de un espejo tuvieran el poder de hacer salir granos purulentos en el rostro de una chica? ¿Cómo podía ser que un fenómeno de esta dimensión no estuviera descrito en ningún libro de medicina? Traté de hablar de aquel tema con el adjunto del servicio al que admiraba por su talento profesional. El hombre me respondió que la magia negra no existe y que aquellas dos enfermeras habían sido víctimas de alguna afección tropical que, por causa de su propia sugestión mental, había derivado en los granos en sus rostros. La explicación del adjunto del servicio no me convenció. La única cosa de la que estaba seguro era que un celador del hospital había tenido el talento de descubrir los espejos enmarcados y las semillas y quemarlos y esta acción había desencadenado la curación de los granos del rostro de las dos chicas. Era un hecho claro que había afectado a dos enfermeras y a un celador que trabajaban en el hospital y yo era testigo del mismo. Resulta que yo era testigo de un hecho que tenía como protagonistas a tres trabajadores del hospital y sin embargo ninguno de los médicos eminentes que eran directores o adjuntos de los servicios estaría dispuesto a darle crédito. Resulta que yo era testigo de un hecho que no podía contar a nadie porque me daría por loco. Te aseguro que un sentimiento muy fuerte de perplejidad se apoderó de mí y si alguna vez me topaba, en la cafetería, con una de aquellas enfermeras o con el celador me limitaba a cruzar un saludo con ellos y salir huyendo. Por encima de la perplejidad se me despertó un sentimiento muy potente de miedo. Estaba completamente seguro de que existía la magia negra y el sentimiento que me despertaba aquel descubrimiento era el miedo.
– Me pongo en tu lugar. A mí me hubiera sucedido lo mismo. Supongo que no fuiste el único testigo que salió huyendo de aquel tema.
– Supongo que hubo muchos. Con los años tuve que ser testigo de otros hechos misteriosos y me esforcé en dominar el sentimiento de miedo, ante los mismos, hasta que un buen día uno de estos hechos misteriosos afectó, de lleno, a mi propia familia.
– Cuéntame.
– Como te he explicado antes mi hermano y mi mejor amigo formaron parte de la lista de los desaparecidos cuando Argentina fue ensangrentada por la dictadura militar. Mi padre y el padre de mi amigo removieron cielo y tierra en busca del paradero de sus hijos pero no consiguieron descubrir nada. Mientras tanto mi madre y la madre de mi amigo consiguieron descubrir alguna cosa. Ambas eran devotas católicas y fueron recibidas por hombres que ocupaban cargos relevantes en el arzobispado y las órdenes religiosas. Las dos amigas tuvieron ocasión de conocer a otras mujeres a las que también habían secuestrado a sus hijos e incluso a sus nietos. Mi madre, cuando comprobó que todas las gestiones eran inútiles, se refugió en la religión, pero no se olvidó de las cosas que había descubierto que no le habían ayudado a encontrar el paradero de su hijo y, en cambio, le habían añadido una angustia suplementaria en el corazón porque no podía hablar con nadie de ellas.
Marcelo volvió a recurrir al Calvados disuelto en agua y Helmut lo miró a los ojos.
– Mi padre fue víctima de una depresión y un cáncer muy voraz que se lo llevó de este mundo en medio año. Yo volé a Buenos Aires para estar al lado de mi padre los últimos días de su vida. Después del funeral permanecí dos días más al lado de mi madre e incluso le propuse que se viniera a vivir a Nueva York conmigo. Ella se lo pensó pero decidió quedarse en Argentina porque allí tenía a su amiga que era la madre de otro de los chicos que habían sido detenidos junto con mi hermano. Después de la muerte de mi padre, mi madre y yo iniciamos la costumbre de escribirnos todas las semanas. Conservo varios centenares de cartas de mi madre, escritas en pluma estilográfica, con una caligrafía menuda muy clara. En una de aquellas cartas mi madre contaba una historia muy fuerte que hacía alusión a la magia. Conservo esta carta separada de las demás y la he releído muchas veces a lo largo de los diez años que han transcurrido desde que fue escrita.
– ¿Qué decía tu madre? – preguntó Helmut en un hilo de voz.
– Decía que una señora, a la que había conocido en una sala de espera del arzobispado, le había dicho que algunos de los niños desaparecidos habían sido sacrificados en ritos de magia que habían celebrado clérigos católicos en el seno de lo que se conoce vulgarmente como misas negras.
– ¡Qué fuerte!
– La última vez que estuve con mi madre, unos meses antes de que ella muriera, le pregunté acerca de aquel tema pero ella no se acordaba. Traté de remover su memoria por medio de otras cosas que se decían en aquella carta y lo conseguí pero de la conversación con la señora, que había conocido en la sala de espera del arzobispado, no se acordaba. Por fin conseguí que por lo menos se acordara de la sala de espera y de la señora abuela de un niño desaparecido y me contara varios detalles de ella. Por lo menos pude verificar que aquella mujer conversó con mi madre en aquel lugar y, por lo tanto, el relato de la carta no constituía un delirio sino una referencia a una conversación que tuvo lugar, pero se había borrado por completo de la memoria de mi madre. Es más llegué a la conclusión de que mi pobre madre vivió muchos años atormentada por aquella información y logró borrarla de su mente el día que la incluyó en la carta semanal que escribía a su hijo.
– ¡Qué explicación tendrían estos ritos sangrientos!
– En este terreno es difícil avanzar desde la experiencia de la ciencia médica aunque estos ritos sangrientos pueden ser estudiados desde la experiencia de la antropología. Existe la tesis de que los chamanes de algunas tribus, que conseguían dominar por completo las mentes de los miembros de la tribu, lograban alcanzar este poder por medio del sacrificio de determinados niños y estos sacrificios rituales incluían nada menos que la antropofagia: el chamán comía crudos el corazón, el hígado y otras vísceras de la víctima.
– Supongo que no crees que estas cosas sean verdad.
– Estas cosas han sido documentadas por profesionales responsables. No tengo ninguna duda de que los antropólogos serios que han descrito estos ritos monstruosos, después de un largo trabajo de investigación, han hecho una aportación valiosa al conocimiento de la humanidad aunque ninguno de ellos haya conseguido encontrar una explicación consistente a estos sacrificios rituales criminales.
– Lo comprendo muy bien.
– Me despedí de aquella chica y traté de no pensar más en ella. Al cabo de un año me encontré a la enfermera en la cafetería del hospital. Se había curado de los granos aunque en su rostro quedaba la secuela de los mismos. Me contó que su amiga tuvo la suerte de que un celador del hospital, que estaba enamorado de ella, se implicó en ayudarla. El celador descubrió que las dos amigas se habían traído de Brasil unos espejos enmarcados que eran regalos que habían recibido de los dos caballeros con los que vivieron el romance. Resulta que en los marcos de aquellos espejos había encerradas unas semillas que eran nada menos que el origen de los granos. El celador quemó los marcos y las semillas y desaparecieron los granos de los rostros de las dos chicas.
– ¡Qué fuerte!
– Tuve ocasión de conocer a la segunda enfermera y al celador que se había convertido en su novio. Cuando me despedí de aquellas tres personas un sentimiento enorme de perplejidad se apoderó de mí. ¿Cómo podía ser que unas semillas escondidas dentro del marco de un espejo tuvieran el poder de hacer salir granos purulentos en el rostro de una chica? ¿Cómo podía ser que un fenómeno de esta dimensión no estuviera descrito en ningún libro de medicina? Traté de hablar de aquel tema con el adjunto del servicio al que admiraba por su talento profesional. El hombre me respondió que la magia negra no existe y que aquellas dos enfermeras habían sido víctimas de alguna afección tropical que, por causa de su propia sugestión mental, había derivado en los granos en sus rostros. La explicación del adjunto del servicio no me convenció. La única cosa de la que estaba seguro era que un celador del hospital había tenido el talento de descubrir los espejos enmarcados y las semillas y quemarlos y esta acción había desencadenado la curación de los granos del rostro de las dos chicas. Era un hecho claro que había afectado a dos enfermeras y a un celador que trabajaban en el hospital y yo era testigo del mismo. Resulta que yo era testigo de un hecho que tenía como protagonistas a tres trabajadores del hospital y sin embargo ninguno de los médicos eminentes que eran directores o adjuntos de los servicios estaría dispuesto a darle crédito. Resulta que yo era testigo de un hecho que no podía contar a nadie porque me daría por loco. Te aseguro que un sentimiento muy fuerte de perplejidad se apoderó de mí y si alguna vez me topaba, en la cafetería, con una de aquellas enfermeras o con el celador me limitaba a cruzar un saludo con ellos y salir huyendo. Por encima de la perplejidad se me despertó un sentimiento muy potente de miedo. Estaba completamente seguro de que existía la magia negra y el sentimiento que me despertaba aquel descubrimiento era el miedo.
– Me pongo en tu lugar. A mí me hubiera sucedido lo mismo. Supongo que no fuiste el único testigo que salió huyendo de aquel tema.
– Supongo que hubo muchos. Con los años tuve que ser testigo de otros hechos misteriosos y me esforcé en dominar el sentimiento de miedo, ante los mismos, hasta que un buen día uno de estos hechos misteriosos afectó, de lleno, a mi propia familia.
– Cuéntame.
– Como te he explicado antes mi hermano y mi mejor amigo formaron parte de la lista de los desaparecidos cuando Argentina fue ensangrentada por la dictadura militar. Mi padre y el padre de mi amigo removieron cielo y tierra en busca del paradero de sus hijos pero no consiguieron descubrir nada. Mientras tanto mi madre y la madre de mi amigo consiguieron descubrir alguna cosa. Ambas eran devotas católicas y fueron recibidas por hombres que ocupaban cargos relevantes en el arzobispado y las órdenes religiosas. Las dos amigas tuvieron ocasión de conocer a otras mujeres a las que también habían secuestrado a sus hijos e incluso a sus nietos. Mi madre, cuando comprobó que todas las gestiones eran inútiles, se refugió en la religión, pero no se olvidó de las cosas que había descubierto que no le habían ayudado a encontrar el paradero de su hijo y, en cambio, le habían añadido una angustia suplementaria en el corazón porque no podía hablar con nadie de ellas.
Marcelo volvió a recurrir al Calvados disuelto en agua y Helmut lo miró a los ojos.
– Mi padre fue víctima de una depresión y un cáncer muy voraz que se lo llevó de este mundo en medio año. Yo volé a Buenos Aires para estar al lado de mi padre los últimos días de su vida. Después del funeral permanecí dos días más al lado de mi madre e incluso le propuse que se viniera a vivir a Nueva York conmigo. Ella se lo pensó pero decidió quedarse en Argentina porque allí tenía a su amiga que era la madre de otro de los chicos que habían sido detenidos junto con mi hermano. Después de la muerte de mi padre, mi madre y yo iniciamos la costumbre de escribirnos todas las semanas. Conservo varios centenares de cartas de mi madre, escritas en pluma estilográfica, con una caligrafía menuda muy clara. En una de aquellas cartas mi madre contaba una historia muy fuerte que hacía alusión a la magia. Conservo esta carta separada de las demás y la he releído muchas veces a lo largo de los diez años que han transcurrido desde que fue escrita.
– ¿Qué decía tu madre? – preguntó Helmut en un hilo de voz.
– Decía que una señora, a la que había conocido en una sala de espera del arzobispado, le había dicho que algunos de los niños desaparecidos habían sido sacrificados en ritos de magia que habían celebrado clérigos católicos en el seno de lo que se conoce vulgarmente como misas negras.
– ¡Qué fuerte!
– La última vez que estuve con mi madre, unos meses antes de que ella muriera, le pregunté acerca de aquel tema pero ella no se acordaba. Traté de remover su memoria por medio de otras cosas que se decían en aquella carta y lo conseguí pero de la conversación con la señora, que había conocido en la sala de espera del arzobispado, no se acordaba. Por fin conseguí que por lo menos se acordara de la sala de espera y de la señora abuela de un niño desaparecido y me contara varios detalles de ella. Por lo menos pude verificar que aquella mujer conversó con mi madre en aquel lugar y, por lo tanto, el relato de la carta no constituía un delirio sino una referencia a una conversación que tuvo lugar, pero se había borrado por completo de la memoria de mi madre. Es más llegué a la conclusión de que mi pobre madre vivió muchos años atormentada por aquella información y logró borrarla de su mente el día que la incluyó en la carta semanal que escribía a su hijo.
– ¡Qué explicación tendrían estos ritos sangrientos!
– En este terreno es difícil avanzar desde la experiencia de la ciencia médica aunque estos ritos sangrientos pueden ser estudiados desde la experiencia de la antropología. Existe la tesis de que los chamanes de algunas tribus, que conseguían dominar por completo las mentes de los miembros de la tribu, lograban alcanzar este poder por medio del sacrificio de determinados niños y estos sacrificios rituales incluían nada menos que la antropofagia: el chamán comía crudos el corazón, el hígado y otras vísceras de la víctima.
– Supongo que no crees que estas cosas sean verdad.
– Estas cosas han sido documentadas por profesionales responsables. No tengo ninguna duda de que los antropólogos serios que han descrito estos ritos monstruosos, después de un largo trabajo de investigación, han hecho una aportación valiosa al conocimiento de la humanidad aunque ninguno de ellos haya conseguido encontrar una explicación consistente a estos sacrificios rituales criminales.
Add Comment