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La indispensable búsqueda de la armonía interior

La indispensable búsqueda de la armonía interior

Extracto del diálogo que mantienen Ismael, Yasmina, Joan y Pierre que forma parte del capítulo 63 del libro, “El Laberinto de la Verdad”.

                       –  Recuerdo muy bien el día que mi padre me explicó que existe Dios, lo cual asocié con la acción de los hombres que rezaban postrados en la calle a la hora de la oración – dijo Yasmina -. El hecho de acceder al conocimiento de la existencia de Dios y enterarme de que sólo puede despertar el sentimiento de la sumisión incondicional, a cualquier ser humano dotado de buena voluntad, me produjo una impresión muy profunda. Pero lo cierto es que el día que mi padre me hizo caminar de madrugada a la luz de una lámpara de aceite y sucedió que, cuando recorríamos un tramo del camino carretero que desciende hacia la vega del Río Genil, empezó a clarear el día, por el lado derecho del horizonte mientras el lado izquierdo permanecía negro como el carbón, me hizo comprender la cosmovisión primigenia de la humanidad que contempla el Cielo arriba, la Tierra abajo y la luz y la oscuridad en un lado y el otro.

                       –  Me siento muy impactado por el experimento educativo que Ismael ensayó con Yasmina cuando ésta había cumplido siete años – dijo Pierre.

                        –  Mi padre eligió muy bien el día, cercano a la fecha del solsticio de invierno, para llevar a cabo aquel experimento – prosiguió Yasmina -. Recuerdo muy bien que hacía mucho frío a la hora previa a la salida del sol mientras los soldados que llevaban antorchas en las manos abrían las puertas de la muralla de la ciudad y luego sucedió que el camino estaba cosido de franjas de hielo en los surcos que dejan las ruedas de los carros hasta el punto de que había el peligro de resbalar. Entonces sucedió que hubo un momento en que las nubes altas del lado derecho del cielo permanecieron llenas de una luz muy tenue del color de las calabazas mientras el lado izquierdo del cielo se mantenía oscurecido. Una vivencia de esta dimensión, que sucede a la edad de siete años, no puede olvidarse jamás.

                        –  Envidio tu vivencia de la infancia – dijo Joan en un tono de voz que revelaba que el relato de la mujer de los grandes ojos negros le había llegado muy adentro.

                        –  Desde aquel día de mi infancia nunca he olvidado la lección de que el ser humano tiene el deber de permanecer en armonía entre el Cielo, la Tierra, la Luz y la Oscuridad – dijo Yasmina -. Tengo pruebas claras de que si el ser humano renuncia a este ejercicio de armonía interior no tiene ninguna posibilidad de cumplir la función cósmica que tiene asignada en el Plan de Dios y se mantiene encadenado, de manera irremediable, al estado del sueño psíquico a lo largo de toda la vida con lo que tampoco tiene ninguna posibilidad de contemplar las cosas que suceden en el mundo real que permanece escondido detrás del mundo aparente que tenemos a la vista. Esto significa que sólo cuando tiene lugar una experiencia humana continuada que se sustenta en la percepción de la armonía entre el espíritu, la materia, la luz y la oscuridad se desencadenan los procesos del conocimiento y la revelación.

Las palabras de la mujer de los grandes ojos negros desencadenaron un silencio definitivo que ninguno de los tres hombres se atrevió a profanar.

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