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La filosofía racionalista:  una necesaria revisión

La filosofía racionalista: una necesaria revisión

La filosofía racionalista se sostiene en una idea que proclama que la razón humana es la luz que disipa la oscuridad de la ignorancia. Esta idea ha dado origen a la creencia que explica que la oscuridad es ausencia de luz lo cual significa que no existe una fuente de oscuridad y todo será iluminado, un día u otro, por medio del triunfo definitivo de la razón.

La filosofía racionalista arrastra un problema muy serio porque resulta que el momento en que todo deberá ser iluminado por la luz de la razón humana aparece más lejano cada año que pasa. Ésta es la causa de que nadie se acuerde de que hubo un tiempo en que los conceptos de racionalismo e iluminismo eran sinónimos.

La filosofía racionalista tiene carácter idealista. Esto significa que se sostiene en la especulación intelectual en vez de hacerlo en las experiencias humanas que pueden ser examinadas por medio del método científico de conocimiento.

La antigua sabiduría china tiene carácter realista y pragmático. Esto significa que rechaza la especulación intelectual y sólo se sostiene en la experiencia humana que puede ser examinada por un procedimiento objetivo. Es posible hacer la hipótesis de que la cultura china haya permanecido siempre entroncada con la experiencia práctica de la escuela sagrada, que estuvo en su origen, mientras que la cultura de Occidente cedió a la especulación intelectual por causa del predominio de la filosofía idealista heredera del pensamiento de la Grecia Clásica. El despropósito alcanzó el máximo delirio, en el momento que a alguien se le ocurrió que la razón humana es nada menos que la luz que tiene el poder de disipar la oscuridad de la ignorancia.

La escuela sagrada de China accedió al conocimiento de las leyes Cósmicas de la Correspondencia y la Armonía que constituyen uno de los conceptos más elevados de la revelación que el Cielo ha hecho llegar a la Tierra. Es posible hacer la hipótesis de que los antiguos sabios chinos accedieron a un estado superior de la revelación que el que benefició a sus homónimos de otras civilizaciones por el hecho de que disponían del oráculo sagrado del “I Ching” que contempla más de cuatro mil situaciones arquetípicas que son fruto de la mutación de sesenta y cuatro exagramas en cualquier de los demás. El exagrama se obtiene por el procedimiento de arrojar, seis veces, sobre un mantel tres monedas de bronce del tamaño más pequeño y las monedas transmiten el conocimiento por medio de un código que se sostiene en el signo Yang y el signo Yin. El oráculo sagrado, de máxima amplitud, podría explicar que los inventos del cálculo numérico, la mecánica, la medicina, la pólvora, el papel y las artes gráficas, se hicieran en China y no se hicieran en ningún otro lugar.

La filosofía china se ha manifestado por medio de dos grandes ramas: El Taoísmo y el Confucianismo. La primera de ellas tiene sabor idealista y la segunda lo tiene materialista pero ambas tienen en común el respeto por la experiencia humana como fuente superior de conocimiento. En el Imperio del Centro existía la máxima que decía que el hombre realmente sabio era confuciano de día y taoísta de noche. Esta expresión cumbre del pragmatismo no precisa de más explicaciones.

Los antiguos sabios chinos definieron los conceptos del Yang y el Yin en una época remota. El Yang es el principio luminoso y el Yin es el principio oscuro. Ambos principios están presentes en la mayoría de las escuelas filosóficas. Estos conceptos han sido explicados de muchas maneras pero la más coherente de todas es la que reconoce que son fruto del estudio de las actitudes humanas que pueden ser examinadas por un procedimiento objetivo.

Los hombres pensantes que vivían en algunos de los reinos que darían lugar al Imperio del Centro, emplearon unos cuantos siglos en la tarea de examinar la relación que existe entre las manifestaciones del principio luminoso y las manifestaciones del principio oscuro. Para ello eligieron la experiencia de sus semejantes que alcanzaban el estado de la mente despierta y todos ellos llevaban dentro tanto el impulso positivo como el impulso negativo al igual como les sucedía al resto de los seres humanos.

Aquellos hombres pensantes llegaron a la conclusión de que la energía que mueve todas las cosas posee un lado luminoso y un lado oscuro y supusieron que el lado luminoso se corresponde a la energía primordial que tiene su origen en el Cielo y puede ser canalizada por las actitudes positivas de los seres humanos, mientras que el lado oscuro se corresponde a la energía que ha sido invertida por causa de las actitudes negativas de los mismos seres humanos y quizás también por las de otros seres, de naturaleza espiritual, que poseen un poder mental superior al de los habitantes de la Tierra.

El concepto de la inversión y la concentración de la energía mental, por medio de una determinada actitud psicológica, no surge de la especulación intelectual sino de la observación de las conductas humanas. Esto significa que no se trata de un concepto filosófico sino de un descubrimiento práctico que tiene la misma raíz que los inventos del cálculo numérico, la mecánica, la medicina, la pólvora, el papel y las artes gráficas.

De acuerdo con este descubrimiento, la oscuridad no es ausencia de luz sino inversión de la luz o, dicho de otra manera, la oscuridad no es ausencia de conocimiento sino que es otro tipo de conocimiento que puede ser el más potente de todos y la prueba de ello es que constituye el sustento de todos los sistemas de poder que ha habido en la Tierra a lo largo de los siglos y los milenios.

El hábito de la especulación intelectual se generalizó en Europa, a partir del movimiento de la Ilustración, hasta el punto de que impregnó al conjunto de las ciencias empíricas. Hubo un momento en que algunos hombres de ciencia, convencidos de que era verdad que la luz de la razón debería iluminar algún día todo el espacio que permanecía ocupado por la oscuridad de la ignorancia, se dejaron atrapar por las leyes de la estadística que habían descubierto los tenderos de los pueblos por medio de la observación y el estudio de los hábitos comerciales de una clientela numerosísima.

Los sabios chinos no se dejaron atrapar jamás por las leyes de la estadística porque conocían el proverbio que proclama que en la excepción puede haber más conocimiento que en la regla. Esto significa que el director de marketing de una compañía puede vivir inmerso en el mundo de la estadística y hacer lo correcto, en su trabajo profesional, pero cuando un filósofo o un hombre de ciencia hacen esto mismo cometen un error inmenso porque desprecian la posibilidad de que el conocimiento más importante no esté en la regla sino que esté en la excepción.

Los sabios chinos permanecieron inmunes a las leyes de la estadística porque además de la Ley Cósmica de la Correspondencia conocían la Ley Cósmica de la Armonía que explica que la verdad no aparece por medio del triunfo del Yang sobre el Yin sino por medio de la armonía entre los dos principios que permite situar el dilema en un plano superior en el que volverá a actuar la contradicción y, así sucesivamente, con objeto de proseguir el largo camino que conduce el proceso de la evolución de la humanidad y sólo puede estar guiado por el principio superior de la armonía.

Por causa de las sumisión de la ciencia empírica a las leyes de la estadística apareció primero el concepto de la entropía en el estudio de las leyes de la termodinámica, más tarde apareció el concepto de lo aleatorio en el estudio de las mutaciones genéticas y, por último, apareció el concepto de la incertidumbre que podría afectar nada menos que el movimiento de las partículas subatómicas de signo negativo que reciben el nombre de electrones.

Es posible hacer la hipótesis de que los conceptos que hemos enumerado tengan carácter apresurado y llegaran a la mente de los hombres de ciencia por causa de que eran prisioneros de la idea, no menos apresurada, que proclama que la luz de la razón humana está llamada a iluminar todos los rincones de la realidad que se mantienen en la oscuridad en la medida que ésta no tiene identidad en si mismo por ser mera ausencia de luz.

Frente a los conceptos científicos que pueden tener carácter apresurado es conveniente recordar que uno de los principios, que las escuelas sagradas han mantenido vivo a lo largo de la historia, es el que proclama que el Universo se rige por medio de las leyes de la ciencia exacta al igual como sucede con la mente de Dios y no hay nada, absolutamente nada, que pueda dar lugar a los calificativos de probabilidad, incertidumbre, aleatoriedad, azar, caos, etc.

Cuando una hoja cae de un árbol, sucede que todos los movimientos que hace pueden ser estudiados por un programa informático que demuestra que se rigen por una ciencia exacta que puede integrar todas las variantes que hagan falta. Es cuestión de tiempo que este experimento pueda extenderse a todos los fenómenos que tienen lugar en la naturaleza. No es descabellado pensar que algún día exista un programa informático que demuestre que el movimiento de los electrones y las mutaciones genéticas se rigen por medio de la ciencia exacta.

Hay científicos eminentes que afirman que existe la posibilidad de que la inteligencia artificial supere la inteligencia humana. Es obvio que esto ya es así en el plano de la mente dormida pero también es obvio que jamás existirá un ordenador que posea más conciencia que un ser humano que ha alcanzado un piso elevado de la pagoda de la evolución. De esta manera podrá demostrarse, por un procedimiento práctico, que la mente humana ha sido creada a imagen y semejanza de la mente de Dios.

El discurso idealista que constituye el fundamento de la filosofía racionalista puede ser demostrado en una tertulia de amigos por medio del argumento sencillo que surge de contemplar una vela o una bombilla que iluminan una habitación y explicar, a continuación, que no existen la vela o la bombilla que propagan la oscuridad. Hasta aquí todos estarán de acuerdo, pero resulta que este argumento, que resulta irrebatible en la tertulia de amigos, se derrumba en el momento que se enfrenta con la experiencia tres veces milenaria de la escuela sagrada de China que está en el origen de los inventos colosales del cálculo numérico, la mecánica, la medicina, la pólvora, el papel y las artes gráficas que se hicieron en el Imperio del Centro y no se hicieron en ningún otro lugar.

El concepto de la oscuridad adquiere carácter definitivo cuando se comprende que no es ausencia de conocimiento sino otro tipo de conocimiento que ha demostrado ser el más potente de todos por el hecho de que ha permitido sostener todos los sistemas de poder que han oprimido a la humanidad a lo largo de los siglos y los milenios incluidos los sistemas de poder religioso que han sido los más cínicos y los más perversos de todos.

La estadística se ha convertido en la ciencia definitiva de la humanidad hasta el punto de que muchas de las materias que se estudian en las universidades se basan en ella. La estadística es una técnica que puede explicarlo todo, en el ámbito de la mente dormida, pero no tiene ninguna manera de funcionar en el ámbito de la mente despierta a partir del momento que se adivina que el conocimiento más importante de todos no se expresa por medio de la regla sino que lo hace por medio de la excepción.

La estadística es una técnica que tiene utilidad innegable en algunos cometidos, pero no es una ciencia porque el objeto de la ciencia es la búsqueda de la verdad y la estadística desprecia la verdad que puede haber en la excepción cuando puede suceder que sea la más significativa de todas.

Podemos poner el ejemplo de una mujer que una sola vez en su vida conoció a un señor en un ascensor, cuando resulta que toma ascensores todos los días, pero resulta que aquel señor tenía escrito en el Cielo nada menos que convertirse en el padre de sus hijos. Este relato, que es uno de los muchísimos que aparecen en la obra novelada de Bernard Mong Tse, sólo puede ser explicado por medio del término absurdo de la casualidad desde el prisma de las leyes de la estadística que precisan despreciar la excepción cuando afirman la regla.

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