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La confianza en sí mismo:   un escudo frente a la adversidad

La confianza en sí mismo: un escudo frente a la adversidad

Extracto del diálogo que mantienen Ismael, Yasmina, Joan y Pierre y que forma parte del capítulo 81 del libro, “El Laberinto de la Verdad”

–  He explicado que aquel hombre había sufrido una gran desgracia cuando se había incendiado su almacén de tejidos de seda en el momento que estaba lleno de mercancía hasta el punto de que había caído sobre él la ruina absoluta – prosiguió Ismael -. Lo que debo explicar ahora es que el percance de la pérdida de sus bienes materiales fue seguido de la mayor de las desgracias, que puede caer sobre un hombre, porque sucedió que su mujer le pidió el divorcio con el argumento de que ella disponía de medios para educar a sus hijos, por ser hija de un alto funcionario de la administración de la provincia que poseía una casa grande en la que podrían vivir ella y los niños, mientras que el padre de familia se había quedado sin ni siquiera los medios para hacer frente al pago del alquiler de la casa.

–  Me percato de que el sentido práctico de los chinos puede alcanzar la máxima crueldad en algunas circunstancias de la vida – dijo Pierre.

–  Cuando una mujer no ama lo suficiente a su marido para mantenerse a su lado, frente a un gran percance de la vida, sucede que la familia se viene abajo – dijo Yasmina -. Este hecho se manifiesta por un igual en todas las civilizaciones. En todas partes sucede que el hilo vertebrador de la civilización es el amor y, cuando falta el amor, todo se viene abajo más pronto o más tarde.

–  El hombre del que estamos hablando era un tipo muy trabajador que había hecho un gran esfuerzo pero había recogido los frutos del mismo ya que, en el momento de cumplir cuarenta años, disponía de un racimo sólido de clientes y proveedores y también disponía de un capital circulante cuantioso invertido en tejidos de seda – prosiguió Ismael -. Aquel hombre estaba en un momento dulce de la vida cuando se disponía a dar la mejor educación a sus hijos que algún día heredarían su negocio. Sin embargo le había sucedido que su capital se había convertido en cenizas, de la noche a la mañana, lo cual le había ocasionado la pérdida de los clientes y los proveedores. Al cabo de tres semanas de aquella desgracia le sucedió que su mujer se fue a vivir a la casa de sus padres y se llevó a sus hijos con ella mientras él se instaló en una habitación de la residencia de viajeros gracias al sueldo que mi amigo y yo le asegurábamos en su tarea de traductor.

–  ¿Cómo pudo aquel hombre soportar las desgracias tremendas que cayeron sobre él una tras otra? – preguntó Pierre.

–  Aquel hombre había forjado el valor de la confianza total en si mismo – dijo Ismael -. El sacerdote, que era el maestro de los tres, le había ayudado a adquirir el valor de la confianza total en si mismo en calidad de mero lector de palillos de bambú y se había encogido de hombros en el momento que el hombre, que tenía madera de triunfador, había alcanzado el tercer piso de la pagoda y había elegido el lado del Yin de la energía con objeto de ascender, en poco tiempo, al cuarto piso de la misma lo cual le había permitido empezar a ganar dinero en serio con su negocio hasta el punto de construir un almacén muy grande que traería su ruina el día que se incendiaría justo en el momento que había culminado las compras y estaba a punto de iniciar las ventas.

–  Supongo que lo que le sucedió al hombre que fue vuestro traductor constituye una manifestación límite de la Ley Cósmica de la Correspondencia – dijo Joan.

–  Exacto, lo que le sucedió al hombre que fue nuestro traductor constituye una manifestación de la Ley Cósmica de la Correspondencia que sólo es accesible a un hombre que tiene la mente muy despierta y ha alcanzado el cuarto piso de la pagoda donde se manifiestan las fuerzas cósmicas, de un lado y el otro de la energía, a un nivel que no tiene nada que ver con el que es propio de los pisos inferiores del edificio – dijo Ismael.

–  Supongo que el almacén de tejidos no se incendió por casualidad – dijo Pierre.

–  Nada sucede por casualidad – respondió Ismael en un tono de voz un poco áspero -. La palabra casualidad expresa un concepto absurdo y debe ser erradicada del lenguaje de las personas que tienen la mente despierta.

–  Estoy de acuerdo – dijo Joan -. Hace muchos años que he erradicado de mi pensamiento los conceptos absurdos de la casualidad, el azar, el accidente, el caos, la fortuna y el infortunio, aunque admito que estos conceptos juegan un papel importante en la vida de las personas que tienen la mente dormida y constituyen la mayoría de la sociedad.

–  Podemos hacer la hipótesis de que el almacén de tejidos fuera incendiado por un individuo de tipo envidioso cuya mente fue manipulada por medio de un rito religioso del lado de la oscuridad que celebró alguien que estaba al servicio de una sociedad secreta que agrupaba a los comerciantes más ricos de la ciudad – prosiguió Ismael -. Podemos hacer la hipótesis de que la sociedad secreta había definido unas reglas estrictas de acceso a la condición de comerciante rico y hacía escarmientos ejemplares con los que hacían caso omiso de las reglas estrictas que regulaban el funcionamiento de la elite de la ciudad. El hombre, dotado de una gran confianza en si mismo, no hizo caso de alguna advertencia que llegó a sus oídos y no tuvo más remedio que recibir la más tremenda de las lecciones de la vida.

–  Estoy seguro que tu hipótesis no está lejos de la realidad – dijo Joan.

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