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Jesucristo:  enseñanzas desde la cruz

Jesucristo: enseñanzas desde la cruz

Extracto del diálogo que mantienen Ismael, Yasmina, Joan y Pierre, y que forma parte del capítulo 70 del libro, El Laberinto de la Verdad. 

                       –  En este momento de la conversación siento la necesidad de intervenir con objeto de que no nos pase desapercibido un elemento esencial del pensamiento de mi padre que proclama que sólo pueden gozar del don del libre albedrío los hombres y las mujeres que tienen la mente mínimamente despierta – dijo Yasmina después de estirar su cuerpo hermoso que permanecía con las rodillas clavadas en el cojín de piel que tenía forma de cilindro y mientras enfocaba sus grandes ojos negros en los rostros de los dos hombres que estaban sentados frente a ella.

                       –  Estoy de acuerdo con la tesis de que sólo gozan del don del libre albedrío los hombres y las mujeres que tienen los ojos mínimamente abiertos – dijo Joan -.  Esta tesis se desprende de una de las enseñanzas de Jesucristo que han sido menos estudiadas a pesar de que fue una de las últimas y fue impartida nada menos que desde la cruz en la que permanecía clavado.

                        –   Desconozco esta enseñanza del Cristo de Dios – dijo Yasmina después de dibujar en su rostro hermoso el gesto de apretar el labio inferior hacia arriba -.   Supongo que me sucede por el hecho de que el Corán no hace ninguna referencia a su crucifixión. Los musulmanes sólo sabemos que Jesús se marchó de la Tierra intacto y regresará a ella algún día ya que hizo esta promesa que tiene la posibilidad de cumplir en la medida que goza de la predilección de Dios y también dispone de la fuerza que sólo puede darle el Todopoderoso para que cumpla su promesa.

                        –   Hay que recordar que Jesucristo, antes de morir en la cruz, pidió a Dios que perdonara a los hombres que lo habían crucificado y a los que habían presenciado aquella acción y lo hizo con el argumento de que no sabían lo que hacían – dijo Joan -. Es obvio que un hombre que no sabe lo que hace no tiene la posibilidad de elegir una cosa en relación a otra lo cual indica que no dispone del don del libre albedrío.

                        –   Exacto, ésta enseñanza de Jesucristo fue recogida por los evangelistas aunque no pudo ser comprendida por los Padres de la Iglesia por el hecho de que eran hombres que tenían la mente muy dormida y no tenían ninguna posibilidad de entender el mensaje del maestro acerca de los hombres que no saben lo que hacen que son la mayoría de ellos – dijo Pierre -. Ésta es la razón por la que esta enseñanza de Jesucristo todavía no se ha incorporado a la filosofía de la Iglesia cuando ya han pasado mil trescientos años desde que el maestro se marchó intacto de la Tierra de acuerdo con las palabras que ha empleado Yasmina.

                        –   Hay que pararse a pensar en el hecho de que los hombres que presenciaron la crucifixión de Jesucristo conformaban varios colectivos que tenían grandes diferencias entre ellos – dijo Joan -. Por un lado estaban los soldados romanos encabezados por un centurión que, en el momento culminante de los hechos que tuvieron lugar en el Calvario, demostraría tener los ojos muy abiertos hasta el punto de que se convertiría en cristiano. Por otro lado estaban los soldados que conformaban el exiguo contingente armado que estaba bajo la autoridad del gobierno autónomo de los judíos que presidía el sumo sacerdote.

                       –  Así fue – dijo Pierre.

                       –  Es obvio que entre los asistentes a la crucifixión también había algunos hombres de total confianza del sumo sacerdote – prosiguió Joan -. Estos últimos deberían asegurarse de que el condenado moría en la cruz y sólo abandonarían aquel lugar en el momento que tendrían la certeza de que se había cumplido el propósito de la sentencia de muerte. Estos hombres debían ser escribas o sacerdotes del Templo de Jerusalén que conocían de memoria las antiguas escrituras. Pues bien, a pesar de las enormes diferencias culturales que había entre los miembros de aquellos colectivos todos estaban unidos por la cualidad de que no sabían lo que hacían.

                      –  Tienes razón – dijo Ismael -. Llama la atención de que un conjunto tan variopinto de hombres fuera unificado por Jesucristo en el momento que pidió a Dios que los perdonara porque no sabían lo que hacían.

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