El mito del guerrero: el equilibrio entre la satisfacción y el sacrificio
En una publicación anterior explicamos que el poder verdadero descansa en el control sobre la energía mental que es absorbida a centenares de millones de seres humanos que permanecen toda la vida sumidos en el estado del sueño psíquico por causa del mecanismo de la identificación de la mente con algún tema concreto, sea el que sea, y sobre todo por causa del sentimiento de importancia que llevan dentro del corazón.
Este fenómeno es conocido y administrado por las sociedades secretas que controlan los centros de poder y también es conocido por las escuelas sagradas que mantienen vivo el conocimiento verdadero de la humanidad. Las escuelas sagradas han sido capaces de sobrevivir, siglo tras siglo, al margen de todos los sistemas de poder lo cual constituye la más clara de las manifestaciones de la Ley Cósmica de la Correspondencia.
No es sencillo comprender el concepto de la absorción de la energía mental pero es imprescindible tratar de hacerlo si se quiere avanzar en el camino de la evolución que permite ascender a los pisos de la pagoda uno tras otro.
El maestro de Bernard Mong Tse había reflexionado mucho acerca del concepto de la energía mental a partir de la experiencia de la escuela sagrada de China que había edificado este concepto, ladrillo sobre ladrillo y siglo tras siglo, en base a las vicisitudes del Imperio del Centro que fue depositario de la civilización que alcanzaría un grado de madurez más elevado que las demás hasta el punto de dar vida a todos los inventos prácticos del mundo antiguo.
Conviene recordar, una vez más, que los inventos del cálculo numérico, la mecánica, la medicina más acertada de todas, la pólvora, la brújula, el papel y las artes gráficas, se hicieron en la China de las antiguas dinastías y no se hicieron en ningún otro lugar. Es imprescindible añadir que, al margen de estos inventos colosales, la humanidad no tenía ninguna manera de escapar del dominio de los centros de poder inspirados por las fuerzas cósmicas del lado de la oscuridad.
Conviene recordar que el Imperio Romano disponía de un derecho civil bastante perfeccionado. Sin embargo este hito civilizatorio no servía de nada en el momento que los gestores del estado no disponían de ningún instrumento que les permitiera calcular los presupuestos de ingresos y gastos. En este marco precario sucedía que el dinero no alcanzaba para pagar los sueldos de los militares y estos se sublevaban y designaban a un tirano como nuevo emperador. A continuación sucedía que el tirano pasaba por encima del senado y el derecho y extorsionaba a los ciudadanos con objeto de dar satisfacción a sus caprichos más infames. Este ejemplo permite demostrar que el cálculo ha sido un instrumento, más importante que el derecho, en el largo proceso de la liberación de la humanidad del poder del Infierno.
La reflexión del maestro de Bernard Mong Tse se recoge en varios capítulos de los libros, escritos por este autor, que serán publicados a lo largo de los próximos años. Esta reflexión arranca de los primeros conceptos que pudieron aprender los chamanes de las tribus que poblaban el valle del Río Amarillo antes de que tuviera lugar el invento del arado, tirado por un búfalo o un caballo, que desencadenaría la Revolución Neolítica al igual como sucedió en la India, la Mesopotamia y Egipto.
El maestro de Bernard Mong Tse había sido profesor numerario de antropología cultural antes de ser expulsado de la universidad acusado de revisionismo, y confinado en una granja de reeducación, en la época de la Revolución Cultural. El joven profesor, convertido en maestro del espíritu, disponía de mucha información acerca de las sociedades primitivas que es desconocida por la mayoría de los mortales.
El profesor de antropología se entroncó en la escuela sagrada de China pero no se desprendió del rigor académico que había adquirido en una universidad de primer nivel. De esta manera fue capaz de elaborar hipótesis rigurosas acerca del origen de la cultura realista y pragmática que constituye el hilo conductor de la civilización que hizo todos los inventos prácticos del mundo antiguo.
El maestro de Bernard Mong Tse llegó a la conclusión de que en las sociedades primitivas sucedía que el poder residía en la energía mental y nada más. Esto significa que el hombre que accedía a la condición de chamán de una tribu era por la única razón de que tenía la mente más despierta que los demás y era capaz de observar algún detalle de la naturaleza que pasaba desapercibido al resto de miembros del colectivo.
El maestro de Bernard Mong Tse también llegó a la conclusión de que en las sociedades primitivas se había desarrollado un conflicto entre los chamanes que habían elegido el lado de la luz (lado del Yang), por medio del impulso interior del servicio a los miembros de la tribu, y los chamanes que habían elegido el lado de la oscuridad (lado del Yin) cuando habían sucumbido al impulso del dominio sobre sus semejantes que podían ser incluso las muchachas más agraciadas de la tribu a las que habían convertido en sus concubinas, aunque esto supusiera que los hombres más débiles del colectivo no pudieran tener una pareja y constituir una familia.
El elemento específico de la civilización, que nació en el valle del Río Amarillo, habría sido el descubrimiento del concepto de la armonía que traía consigo que el dilema Yang-Yin se resolviera a favor del lado del Yang aunque esto sucediera en el largo plazo que podía trascender la vida de los protagonistas del conflicto. Lo cierto es que el mito del guerrero se desarrolla a la par de que lo hacen los conceptos de la armonía y la perseverancia.
El mito del guerrero no nace de la búsqueda del bien, la bondad, la virtud, la belleza o la satisfacción sino de la conquista de la armonía entre los impulsos contradictorios, que el ser humano lleva dentro, lo cual exige emprender un proceso de auto-conocimiento que no tienen ningún límite y es mucho más duro de lo que puede pensar cualquier persona que no está metida en el camino del guerrero.
Es demostrable que el ser humano lleva dentro un potencial de oscuridad que es paralelo al potencial de luz. Esto significa que sólo puede descubrir lo mejor de si mismo cuando contempla, con la máxima serenidad, lo peor de si mismo y es capaz de trascenderlo por medio de una batalla, e incluso una guerra interior que no es una broma. Ésta es la única guerra que genera la experiencia auténtica del guerrero mítico de las escuelas sagradas de Asia. Lo mismo puede decirse de los Caballeros Templarios que habían completado el proceso de iniciación que siempre se mantuvo en riguroso secreto.
En el caso de la escuela sagrada de China, los guerreros, que lograban conocer el ser que llevaban dentro, alcanzaron a descubrir primero la Ley Cósmica de la Correspondencia y, más adelante, de la Ley Cósmica de la Armonía. La escuela sagrada de Occidente conocía los conceptos de la correspondencia y el equilibrio, pero no los había enunciado de una forma tan clara como lo harían los maestros chinos hasta el punto de que consiguieron que estos conceptos vertebraran la cultura general.
El triunfo del concepto de la armonía en la civilización incipiente de China se expresaría por medio de la consolidación de la cultura, realista y pragmática, que resultaría incombustible a las embestidas del idealismo filosófico a diferencia de lo que sucedería en la India y en Europa donde es posible encontrar bibliotecas enteras en las que no hay ni un solo libro cuyo contenido esté entroncado en la experiencia personal del autor del libro. Estamos contemplado un hecho tan aberrante que hasta parece mentira que sea verdad.
El hecho aberrante se traslada a las librerías que existen en todas las poblaciones y, en especial, a los textos que obtienen premios literarios y gozan de campañas de marketing exitosas que los dan a conocer a segmentos amplios de lectores que disfrutan de la calidad de los mismos mientras sucumben a los somníferos, más o menos brillantes, que estructuran todos los libros que no se asientan en la experiencia contrastada del ser humano cuerdo y veterano que, de forma inevitable, es un discípulo de Aristóteles, de Dante, de Shakespeare, de Cervantes, de Newton, de Einstein o de otro hombre grande que tuvo la mente despierta pero no se volvió loco que es lo que le sucedió a Platón que quizás fue el que tuvo la mente más despierta de todos.
Los devoradores de los libros de moda permanecen con la mente sumida, sin remedio, en el estado del sueño psíquico y no tienen ninguna manera de saber que su energía mental ha sido absorbida por alguien que, por esta razón, tiene el dominio sobre él y sus semejantes y también la tiene sobre la mayoría de los autores de los libros de moda.
La forma como el maestro de Bernard Mong Tse explicaba el nacimiento del mito del guerrero en la sociedad tribal que precedió a la Revolución Neolítica en el valle del Río Amarillo es apasionante. También lo es la manera como explicaba la consolidación del mito por medio de la experiencia de los funcionarios que administraban el mosaico de reinos que conformaron los hijos de la etnia Han.
Al parece los pequeños estados, que existieron en la época anterior al nacimiento de la escritura ideográfica, permanecían encuadrados por colectivos de funcionarios públicos que habían superado un sistema de exámenes riguroso que los había obligado a convertirse en guerreros del lado del Yang o el lado del Yin. Los funcionarios del pequeño estado, alineados con un lado o el otro de la energía, perpetuaban el conflicto, entre el servicio y el dominio, que había ocupado a los chamanes de las tribus unos cuantos milenios antes.
La diferencia, entre unos y otros, era que a los chamanes de las tribus los mensajes del lado de la luz y el lado de la oscuridad les eran transmitidos por el semáforo de la naturaleza, en especial el comportamiento de los pájaros, mientras que los funcionarios que gestionaban los pequeños estados obtenían la información cuando hacían uso del oráculo, por medio de una ceremonia de la máxima solemnidad, que se sustentaba en la lectura de las estrías que dejaba grabadas, en el caparazón de una tortuga, un clavo de bronce, puesto al rojo vivo, cuando traspasaba el caparazón.
Conviene recordar que mientras el Imperio del Centro, heredero del mosaico de reinos nacidos en el valle del Río Amarillo, permanecía vertebrado por una elite de funcionarios que habían superado la cadena de exámenes, los reinos de Europa se sostenían en el sistema feudal que descansaba en el poder del rey y el grupo de nobles que se reunían con él en un castillo y todos ellos, acudían a la reunión, acompañados de un batallón de hombres armados que constituía el único instrumento aceptado del poder cuando la Civilización Occidental ya llevaba mil años de vida desde el nacimiento de Jesucristo.
Conviene recordar también que el Reino del Papa de Roma disponía de un poder superior al del resto de los monarcas de la Europa Occidental porque, además de los batallones de hombres armados, disponía de los tribunales de la Santa Inquisición Pontificia.
La tesis del profesor de antropología cultural, convertido en maestro entroncado en la escuela sagrada de China, es que los verdaderos protagonistas del nacimiento de la civilización que estaba destinada a alcanzar la máxima madurez no fueron los chamanes de las tribus ni los funcionarios de los pequeños estados, dotados de mentes despiertas y arrimados al lado del Yang o el lado del Yin, sino las entidades espirituales, de un lado y el otro de la energía, que los inspiraron.
Lo cierto es que, en el momento que se desarrolló una cultura de la armonía, el lado del Yang prevaleció sobre el lado del Yin de forma continuada y, el resultado de ello, sería la aparición del ábaco, la rueda dentada, la acupuntura, la porcelana policromada y otros inventos que no pudieron hacerse en ningún otro lugar del planeta. En este momento cumbre de la historia, los protagonistas de la misma ya no fueron las entidades espirituales sino los seres de carne y huesos que habían descubierto el concepto de la armonía y el camino del guerrero.
El maestro de Bernard Mong Tse elaboró la tesis de que las fuerzas cósmicas del lado de la luz cumplen la función de abrir el canal interior que desarrolla todo ser humano que alcanza el estado de la mente despierta, mientras las fuerzas cósmicas del lado de la oscuridad cumplen la función de obstruirlo con objeto de llevar a cabo el proceso de la absorción de la energía mental.
Es fácil constatar que los grandes inventos del lado del Yin fueron la absorción, la inversión y la concentración de la energía mental con objeto de construir estructuras de poder humano que, por fin, se impondrían en la época de las dos últimas dinastías, del Imperio del Centro, hasta que se llegó al momento trágico en que la civilización, que había hecho todos los inventos del mundo antiguo, se vendría abajo hasta el extremo de que no tendría más remedio que firmar tratados humillantes, con los vencedores de las Guerras del Opio, cuyo mérito principal era haber construido barcos de guerra, movidos por calderas de vapor y provistos de grandes cañones, que pudieron adentrarse por los ríos de China y bombardear, a placer, las ciudades indefensas.
Hubo millones de chinos que se autodestruyeron por causa del consumo del opio, a lo largo de más de medio siglo, pero la civilización se mantuvo indemne, en medio de la decadencia estrepitosa, porque estaba protegida por los valores incombustibles del realismo y el pragmatismo que son las expresiones prácticas del concepto filosófico de la armonía y el concepto psicológico del guerrero que conoce el principio de que el objeto de la vida no debe ser la búsqueda de la satisfacción sino la conquista del equilibrio, entre el sacrificio y la satisfacción, y también sabe que las cosas son así porque no pueden ser de ninguna otra manera.
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