El dogma de fe, un invento de Lucifer
Extracto del diálogo que mantienen Ismael, Yasmina, Joan y Pierre, y que forma parte del capítulo 115 del libro, “El Laberinto de la Verdad”.
– El verdadero invento de Lucifer no son los tribunales de la Santa Inquisición Pontificia sino el concepto del dogma de fe, – dijo Ismael -. Es sencillo demostrar que la experiencia de la fe sólo puede fructificar en un marco de pluralidad. En el momento que aparece el dogma, más pronto o más tarde, desaparece la pluralidad y desaparece la experiencia de la fe que queda sustituida por el acatamiento a la doctrina. El concepto del dogma de fe cumple la función perversa de extinguir la experiencia de la fe o reducirla a una vivencia privada que incluso alcanza carácter clandestino.
– Tienes razón, – dijo Pierre – . La experiencia de mi vida muestra que ningún hombre de fe precisa proclamar un dogma. Los proclamadores de dogmas fueron hombres que precisaron crear un poder religioso porque estaban faltados de fe.
– El invento espantoso del dogma de fe sólo pudo ser hecho por el Diablo, – prosiguió Ismael- . Supongo que éste consiguió introducir el invento en la Iglesia que había sido fundada por Jesucristo por medio de las sociedades secretas que agrupan a sus adeptos y tenían el control de la cabeza del Imperio Romano y obtuvieron el control sobre la cabeza de la Iglesia en el momento que ésta se convirtió en un aparato de poder del estado.
– Así son las cosas – dijo Yasmina-. Puede demostrarse que donde hay fe no tiene ningún sentido la doctrina y donde hay doctrina no tiene ninguna posibilidad de germinar el valor de la fe. Desde que tengo uso de razón he visto que las cosas son de esta manera y lo mismo sucede en las mezquitas, en las sinagogas y en los templos de la Iglesia Mozárabe. Los hombres y las mujeres de fe de las tres religiones saben muy bien que el inventor de las doctrinas religiosas de todos los tipos sólo ha podido ser el Diablo.
– Mi esposa y yo no permitimos a nadie adoctrinar a nuestras hijas – dijo Ismael – . Nos limitamos a transmitir a las niñas la experiencia de la fe entendida como la confianza y la sumisión incondicional a Dios y la experiencia de la bondad, el respeto y el servicio en relación a los familiares, los vecinos y la comunidad en general. Después de transmitirles estas experiencias y de exhortar a las dos hermanas a que permanecieran siempre unidas como una piña, les permitimos que fueran dos chicas libres y responsables.
– Recuerdo muy bien que cuando había cumplido once años mi madre me explicó que Dios había concedido a los hombres y las mujeres el don del libre albedrío y nadie tenía derecho a ser más que Dios – dijo Yasmina -. Me acuerdo que mi madre acuñó una sentencia afortunada que decía: “Una vez sabemos que Dios ha querido que los hombres y las mujeres sean seres libres, ¿quién tiene derecho a someterlos a un poder humano en nombre de Dios?”.
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