El diálogo de Joan y Pierre (II)
Extracto del diálogo que mantienen Joan y Pierre y forma parte del capítulo 8 del libro que tiene el título de “El Laberinto de la Verdad”. El diálogo tiene lugar en un patio de un monasterio de Occitania.
Segunda parte
Pierre tomó la palabra otra vez:
– El espectáculo espantoso de la ejecución en la hoguera de una docena de hombres acusados del delito de herejía no sería lo peor de todo lo que contemplaría a lo largo de aquellos días.
– ¿Qué más sucedió? – preguntó Joan en un volumen de voz muy bajo.
– Sucedió que mi hermana era muy guapa al igual que mi madre. Ambas poseían unas facciones muy hermosas presididas por unos ojos muy grandes que tenían el color de la miel al igual que su pelo. Estos detalles del rostro y el pelo de la niña acarrearon su desgracia cuando apareció un hombre muy fornido que la agarró por la melena con una mano mientras, con la otra mano, golpeaba con un palo a los cuatro niños que tratamos de rescatarla.
Pierre detuvo su relato. Ordenó los recuerdos que tenía archivados en la memoria y prosiguió:
– Pasé muchas horas llorando después de contemplar impotente el secuestro de mi hermana y haber recibido un golpe muy fuerte en una ceja proveniente del palo del hombre. En aquel momento era demasiado pequeño para comprender que una niña de once años, dotada de un rostro muy agraciado, podía constituir un negocio muy bueno para un hombre desalmado que la vendería, por unas cuantas monedas de plata, a un clérigo malvado que llevaría la niña a la casa de una mujer, que era su cómplice, con el propósito de convertir a la chica en su esclava de cama cuando cumpliera un par de años más y su cuerpo fuera el de una mujercita y además la obligaría a abortar si un día se quedaba embarazada.
– ¡Qué vivencias más espantosas hubo en tu infancia! – dijo Joan en tono de exclamación pero en un volumen de voz muy bajo.
– Las vivencias espantosas prosiguieron a lo largo de un año y medio hasta que empecé a ser capaz de valerme por mi mismo. Un niño abandonado en medio de una época turbulenta estaba condenado a las vivencias espantosas. En mi caso tuve una cierta fortuna porque fui acogido por un clérigo que no era un ser malvado. Conviví bajo el mismo techo del clérigo a lo largo de siete años y medio. El hombre me enseñó a leer y a escribir y luego me enseñó cálculo, aritmética, geometría, historia sagrada y latín. A partir del día que cumplí once años se acostumbró a saciar su instinto conmigo en la cama una vez cada dos semanas. Por fortuna el clérigo veterano tenía unas erecciones débiles y nunca consiguió penetrarme aunque lo intentó bastantes veces usando aceite de oliva, manteca de leche de vaca y manteca de cerdo como lubricantes. Después del intento fallido se limitaba a masturbarse.
– Siento un gran respeto por ti por el hecho de que tuvieras que vivir esta experiencia tan dura en los años de la adolescencia.
– Debo explicarte que, en una ocasión, el clérigo me mostró una bula papal de la mitad del primer siglo del segundo milenio que explicaba que un sacerdote que se acostaba con una mujer cometía un pecado pero si saciaba su instinto con un niño no cometía ningún pecado en la medida que esta acción no estaba prohibida por ningún mandamiento de la Ley de Dios. Además aquella bula había sido ratificada por el pontífice de la época que había proclamado que el hecho de que un clérigo tuviera una relación sexual con un niño era equivalente a la acción de frotarse las manos. En una ocasión tuve ocasión de contemplar la tertulia de tres clérigos y pude comprobar que los tres estaban al corriente tanto de la bula papal promulgada en medio del primer siglo del segundo milenio como del comentario del pontífice de la época que era un pederasta consumado.
En aquel momento las campanas del monasterio anunciaron la inminencia del rezo de las Laudes. Mientras tanto los tres mendigos cruzaron el patio donde los dos hombres conversaban sentados en el banco de piedra que estaba a punto de recibir la caricia de los primeros rayos del sol de la mañana.
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