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El diálogo de Joan y Pierre  (VI)

El diálogo de Joan y Pierre (VI)

Extracto del diálogo que mantienen Joan y Pierre con los cuatro monjes amigos en la farmacia del monasterio y que forma parte del capítulo 26 del libro, “El Laberinto de la Verdad”. Los cuatro monjes son el farmacéutico, el ecónomo, un copista y un ilustrador de pergaminos.

                        Primera parte

Pierre decidió intervenir en aquel momento con objeto de poner sobre la poyata de la farmacia del monasterio un tema de primera clase.

                       –  Podemos hacer la hipótesis de que Tomás de Aquino escribiera su magna obra en el estado mental propio de las personas ordinarias y, un buen día, le sucedió que consiguió acercarse mucho a Jesucristo en el silencio de la capilla del convento y, por esta razón, su mente dio un salto hacia arriba y contempló un escenario inesperado que es el que condiciona las cosas que tenemos a la vista. Podemos añadir que Jesucristo le transmitió el mensaje de que no debería escribir nada más después de vivir aquella experiencia luminosa tan potente ya que, si lo hacía, correría el peligro de tener alguna ocurrencia que podría provocar su enjuiciamiento por parte del temible tribunal de la Santa Inquisición Pontificia.

                       –  ¿En qué te basas para hacer esta hipótesis tan atrevida? – preguntó el ecónomo.

                       –  Me baso en la experiencia de mi vida – respondió Pierre.

                       –  ¿Qué sucedió en tu vida? – preguntó el ecónomo.

                       –  Sucedió que cuando tenía ocho años los cruzados, que estaban al servicio del Rey de Francia y el Papa de Roma, mataron a todos los habitantes de la población donde vine al mundo, a excepción de cinco niños que permanecimos escondidos en un palomar  – respondió Pierre.

Sucedió que, al cabo de poco más de un año y medio de aquella tragedia, hubo un clérigo bondadoso que me llevó a su casa y me enseñó a leer y a escribir. Cuando cumplí once años el clérigo prosiguió mi formación por medio del cálculo, la aritmética, la geometría, la historia sagrada y el latín. A cambio de ello cada dos semanas saciaba su instinto conmigo en la cama. Cuando cumplí diecisiete años abandoné la casa del clérigo llevando en mi corazón un sentimiento de gratitud muy grande hacia él. En aquella época pensaba que lo que hacía aquel hombre conmigo cada dos semanas no era un pecado por el hecho de que había sido autorizado por una bula pontificia escrita en el primer siglo del segundo milenio.

                       –  Esta bula pontifica no ha existido nunca – dijo el farmacéutico en un tono de voz que expresaba contundencia- .   Al parecer lo que existe es una carta privada de un pontífice de la época a la que algunos clérigos viciosos darían la categoría de bula pontificia. Por supuesto que el pontífice que escribió aquella carta era un pederasta consumado y constituía una indignidad que llevara sobre la cabeza la tiara que identifica a los sucesores de San Pedro.

                        –  El último siglo del primer milenio y el primer siglo del segundo contemplaron cosas ignominiosas en la corte de los Papas de Roma – dijo el ilustrador de libros -.   Sucedió que a la corrupción, que es tradicional en el ámbito de la política, se añadió la depravación en el ámbito de la moral hasta el punto de que un cronista de la época explicó que el palacio pontificio era un burdel. En medio de la depravación hubo un pontífice que tuvo afición nada menos que a los ritos de magia que, al parecer, permiten a un individuo aumentar su poder mental. En aquella época de máxima oscuridad, a la que sucumbió la cabeza de la Iglesia, pudo suceder que hubiera un pontífice que escribiera una carta que proclamara algo extremadamente equivocado.

                        –  Debo explicar que, cuando había cumplido veinte años, sucedió que el clérigo que me había enseñado todo lo que sabía enfermó de mucha gravedad y me hizo llamar – prosiguió Pierre -. El hombre me dijo que lo que había hecho conmigo, a lo largo de casi seis años, era un pecado muy grave y añadió que si yo no lo perdonaba no podría marcharse en paz de este mundo. Le respondí que no tenía conciencia de que tuviera que perdonarlo de nada, pero él insistió en que debía perdonarlo por haber cometido un pecado muy grave. Lo perdoné. Después de ello el hombre me dijo que, por medio de mi perdón, él obtendría el perdón de Dios aunque le esperaba una larga penitencia en el otro mundo antes de que pudiera alcanzar el Cielo Divino. El día siguiente el hombre murió en mis brazos.

                        –  Hemos escuchado una historia cristiana ejemplar – dijo el farmacéutico.

                        –  Lo más importante de la historia que he relatado es que muestra que el clérigo que me acogió en su casa, a lo largo de siete años y medio, llevó a cabo un salto de plano mental en los últimos días de su vida – prosiguió Pierre -. Por esta razón se percató, por si mismo, de que había cometido un grave pecado haciendo algo que había creído que era lícito por el hecho de estar avalado por una supuesta bula pontificia.

                         –  Estoy de acuerdo – dijo Joan.

                         –  Pero lo más interesante de todo fue que a mí también me ocurrió que di un salto de plano mental y empecé a contemplar muchas cosas que están detrás de las que conforman el mundo que tenemos a la vista – prosiguió Pierre -.   A partir de aquel momento me sucedió que se despertó dentro de mí la atracción por las chicas y me interesé por la psicología de los miembros del género femenino que era algo que me había pasado desapercibido hasta aquel momento. También me sucedió que tuve la audacia de buscar un empleo de instructor de niños y conseguí el empleo en la casa de una familia de la nobleza más encumbrada de la ciudad de Toulouse y resulta que aquel empleo me facilitaría el contacto que me permitiría nada menos que adquirir una buena formación en cuatro encomiendas de la Orden del Temple y cambiar mi vida hasta el punto de que me convertiría en un profesional que sería capaz de resolver temas complejos, en mi especialidad de hombre de leyes, lo cual me permitió casarme con la primogénita de la familia de la nobleza de la ciudad de Toulouse con la que formaría una familia feliz.

                       –  Soy capaz de comprender la experiencia que ha relatado mi amigo porque coincide con cosas que me han sucedido a mí – dijo Joan -.  En mi vida ha sucedido varias veces que, de un día para otro, empecé a ver las cosas de otra manera. Yo he explicado estas experiencias por medio de aquella frase recurrente de Jesucristo que dice: “El que tenga ojos para ver que vea”. Pienso que todos nacemos con dos ojos pero los vamos abriendo por medio de determinados hechos que suceden en la vida y nunca los acabamos de abrir por completo.

                        –  Es cierto que existe la frase recurrente de Jesucristo que dice: “El que tenga ojos para ver que vea” – dijo el ilustrador de libros -.  Para comprender esta frase es preciso recurrir a la historia del ciego de nacimiento a la que el maestro iluminó los ojos lo cual constituye un milagro comparable al de resucitar a un muerto. Debéis acordaros que al final de la historia sucede que el único que ve es el ciego mientras los testigos del milagro se ofuscan por razones diversas hasta el punto de acusar al maestro de haber cometido un pecado al realizar una curación un día que era sábado o incluso de que su poder de realizar hechos prodigiosos se explicaba porque tenía un pacto con el Diablo.

                        –  La historia del ciego de nacimiento concluye con una de las profecías más enigmáticas de Jesucristo ya que deja entender que habrá un día en que los ciegos verán y los que creían ver se volverán ciegos – dijo Pierre.

                       Continuará….

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