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El diálogo de Joan y Pierre:  la parábola del sembrador

El diálogo de Joan y Pierre: la parábola del sembrador

Extracto del diálogo que mantienen Joan y Pierre y forma parte del capítulo 56 del libro, “El Laberinto de la Verdad”.

Una vez el silencio hubo cumplido su función Joan tomó la palabra.

                      –  Existe una parábola muy famosa de Jesucristo que es la del sembrador que arroja algunas semillas fuera del campo y todas ellas se malogran, por causas distintas, mientras que las que caen sobre la tierra abonada dan lugar a la matita de trigo que producirá el pan de la familia. En aquel caso el maestro empleó la pedagogía que iba destinada a las personas que tienen los ojos totalmente cerrados y precisan de ejemplos sencillos para empezar a entender cualquier cosa.

                       –  Recuerdo muy bien la parábola del sembrador.

                       –  Existe otra parábola de Jesucristo que también se refiere al grano de trigo pero sólo puede ser comprendida por un hombre o una mujer que haya empezado a abrir los ojos.

                        –  No me acuerdo de esta segunda enseñanza de Jesucristo que tiene como protagonista el grano de trigo.

                        –  El maestro dijo exactamente: “Cuando el grano de trigo no muere permanece intacto pero cuando el grano de trigo muere da fruto abundante.” ¿Qué interpretación haces de esta enseñanza?

                         –  No recuerdo esta enseñanza de Jesucristo y se me escapa su contenido.

                         –  Yo comprendo muy bien esta enseñanza de Jesucristo desde que la vida me sometió a la prueba tremenda de contemplar la muerte de mi mujer en medio del parto de la criatura que no llegó a nacer y sólo pudo averiguarse que era una niña cuando madre e hija eran dos cuerpos sin vida que serían enterrados en el mismo cajón.

                        –  Trato de ponerme en la piel de un hombre que debe pasar por esta prueba tremenda de la vida.

                        –  Los dos años y medio que transcurrieron, después de la muerte de mi mujer, fui un cadáver viviente porque lo cierto es que no tenía el deseo de vivir y comía todos los días por una cuestión de inercia e incluso había días que no lo hacía. Esto fue así hasta el día que tuve la ocurrencia de acercarme al castillo emblemático de la Orden del Temple, que preside el curso del Río Ebro, con el propósito de pedir el ingreso en una organización de la que apenas sabía nada más allá de que los caballeros templarios se vestían con una capa de lana de tono crudo que llevaba dispuesta, sobre el brazo izquierdo, una cruz preciosa bordada en hilo de seda de color rojo.

                        –   Entiendo que la experiencia del período de tu vida en que viviste como un eremita en compañía de la cabra puede ser asimilada a la alegoría de la muerte que da lugar al renacimiento que, en tu caso, tuvo lugar el día que tuviste la ocurrencia de acercarte al castillo emblemático de la Orden del Temple con objeto de pedir el ingreso en una organización de la que no sabías apenas nada.

                        –  Exacto, en mi vida tuvo lugar un proceso de muerte tal como le sucede al grano de trigo como condición imprescindible para que pueda dar fruto abundante. El proceso de renacimiento, después del proceso de muerte, precisó de un par de años pero, cuando lo culminé, me percaté de que tenía los ojos muy abiertos y podía ver cantidad de cosas que antes me pasaban desapercibidas.

                         –   Entiendo que el proceso de renacimiento que tuvo lugar en tu vida culminó con la prueba tremenda que atravesaste el día que tuviste la oportunidad de elegir entre casarte con la chica de rostro bellísimo que apareció en tu vida de forma sorpresiva o convertirte en un caballero templario.

Joan guardó silencio mientras rememoraba la prueba tremenda que había presidido su vida al tiempo que dibujaba en el rostro una sonrisa muy hermosa.

Continuará…

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