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El diálogo de Joan y Pierre  (y III)

El diálogo de Joan y Pierre (y III)

Extracto del diálogo que mantienen Joan y Pierre y forma parte del capítulo 8 del libro que tiene el título de “El Laberinto de la Verdad”. El diálogo tiene lugar en un patio de un monasterio de Occitania.

Tercera parte:

En el momento que los tres mendigos hubieron desaparecido Pierre tomó la palabra.

                        – Mi vida transcurrió muy rápido después de las vivencias espantosas que te he relatado. Cuando cumplí quince años ya sabía cual pudo ser el destino terrible de mi hermana secuestrada por un hombre fornido armado de un palo ante la impotencia de los cuatro niños. Pero resulta que cuando cumplí veintitrés años me enteré de que el destino de la chica pudo ser mucho más terrible.

                       – ¿De qué te enteraste cuando cumpliste veintitrés años?

                       –  Me enteré de que la chica pudo ser sacrificada, por un procedimiento espantoso, en un ritual celebrado en honor de Lucifer por el clérigo malvado que, por este medio, conseguiría entregar el alma al Diablo a cambio de que éste le permitiera acceder a un puesto de poder importante en la Iglesia.

Joan no sintió la necesidad de decir nada cuando escuchó aquella tesis tan atrevida porque sabía muy bien que se refería a un hecho verdadero, pero permaneció perplejo porque también sabía que había muy pocas personas que estuvieran al corriente de la existencia de aquellas cosas terribles y todas ellas tenían la norma de mantener la boca cerrada. Mientras tanto Pierre volvió a tomar la palabra.

                        – He reflexionado muchas veces acerca del grado de corrupción que reina en la cabeza de la Iglesia que fundó Jesucristo y he llegado a la conclusión de que es una corrupción muy distinta de la que existe en las cortes de los reyes y los grandes nobles. No sé de ningún rey que haya proclamado un edicto que estimule a sus soldados a mantener relaciones sexuales con niños. Sin embargo lo hizo un pontífice de la Iglesia que fundó Jesucristo. Por supuesto que la bula promulgada en el primer siglo del segundo milenio sería derogada por otra bula posterior, pero la semilla de la pederastia ya había sido plantada en la Iglesia hasta el punto de que se convertiría en uno de sus signos de identidad.

                       – Supongo que tienes razón en todas las cosas que dices – dijo Joan en un volumen de voz casi inaudible.

                        –  He llegado a la conclusión de que existe un tipo de corrupción que tiene matriz humana y existe un tipo de corrupción que no tiene matriz humana. A mi modo de ver este segundo tipo de corrupción es la que distingue a los hombres que han conseguido entregar el alma a Lucifer a cambio de alcanzar un tipo de poder que no tiene carácter transitorio sino que tiene carácter definitivo porque lleva asociada la impunidad.

                        –  Yo también he observado que hay momentos en que los malvados poseen una fuerza invencible y también he hecho la hipótesis de que los campeones de la maldad son hombres que han conseguido entregar el alma al Diablo a cambio de que éste les haya concedido no sólo el poder sino también la impunidad en la Tierra. Pero delante de este hecho tremendo no tenemos más remedio que mantener la fe y la confianza en Dios. Por encima de todas las cosas he llegado a la conclusión de que si nuestra fe se debilita estamos perdidos.

                       –  Estoy de acuerdo con lo que has dicho. La experiencia de la vida me ha demostrado que los hombres de poca fe no son capaces de reconocer la fuerza del mal. Sólo los hombres y las mujeres que han forjado el don de la fe, a lo largo de pruebas muy duras de la vida, son capaces de contemplar la fuerza del mal tal como es y permanecer intactos.

Joan y Pierre guardaron silencio un rato mucho más largo que los otros. Mientras tanto los primeros rayos del sol de la mañana habían empezado a acariciar sus cabezas. En el momento que apenas hacía doce horas que se habían visto las caras por primera vez en la puerta del templo, antes de las Vísperas, los dos hombres que permanecían sentados en el banco de piedra, uno al lado del otro, ya sabían que estaban unidos por la más poderosa de todas las fuerzas que es la experiencia de la fe.

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