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El Diálogo de Joan y Pierre.  (I)

El Diálogo de Joan y Pierre. (I)

Extracto del diálogo que mantienen Joan y Pierre y forma parte del capítulo 8 del libro que tiene el título de “El Laberinto de la Verdad”. El diálogo tiene lugar en un patio de un monasterio de Occitania.

Primera parte

Los dos hombres permanecieron un buen rato en silencio después de culminar una reflexión de primera fila que sólo puede hacer alguien que ha sufrido, en la propia piel, la fuerza del mal y ha descubierto que esta fuerza puede alcanzar cotas inconcebibles cuando tras ella hay hombres que están organizados con objeto de burlar las leyes de Dios sabiendo muy bien lo que hacen.

Joan subrayó el silencio con los labios apretados y Pierre lo hizo con la mirada dirigida al chorro de agua cristalina que manaba de la fuente todas las horas del día y la noche, y daba fe de que el agua era un bien abundante en el monasterio que los acogía. En esta ocasión quien se encargaría de romper el silencio fue el hombre que tenía el catalán, el aragonés y el castellano como lenguas maternas.

               – ¿Qué sucedió en tu vida después de que salvaras la piel por milagro, junto a otros cuatro niños, escondidos en un palomar de una población en la que todos los vecinos fueron asesinados por los cruzados que estaban al servicio del Rey de Francia y el Papa de Roma?.

               – Primero debo explicarte que mi madre y otra mujer decidieron llevar a sus hijos al palomar cuando los cruzados consiguieron quebrar la muralla que protegía la población e irrumpieron en la calle tortuosa que la recorría de un extremo al otro. Mi madre llevó al palomar a mi hermana y a mí y la otra mujer llevó a tres hijos varones que tenían edades parecidas a las nuestras.

                – ¿Qué sucedió en el palomar?

                –  Sucedió que la barbarie de los cruzados duró dos días pero a ninguno de ellos se le ocurrió subir hasta el tejado de la casa donde estaba ubicado el palomar. Mientras tanto los niños no nos movimos de aquel lugar y no comimos nada aunque bebimos agua de la lluvia que cayó el segundo de los días. Resulta que había un caño de cerámica que llenaba de agua de lluvia un aljibe donde bebían los palomos. Aquella agua salvó a los cinco niños que permanecimos en aquel lugar hasta que los cruzados abandonaron la población después de matar a todos sus habitantes y llevarse todas las cosas de valor que había en las casas. Por supuesto que los padres y todos los seres queridos de los cinco niños, además de todos sus compañeros de juegos, formaron parte de los muertos.

                  – ¿Qué edad tenías cuando viviste la experiencia espantosa que me has relatado?

                  –  Tenía ocho años y mi hermana tenía once. Los hijos de la otra familia tenían diez, nueve y siete años. El grupo de cinco niños permanecimos juntos dos días después de abandonar la población teñida de sangre seca por causa de la acción de los cruzados. En un momento dado apareció una anciana que nos dio un pan redondo bastante grande y fue lo único que comimos a lo largo de los dos días que estuvimos escondidos en el palomar y los otros dos días que andamos, a campo a través, sin saber a donde íbamos.

                  –  ¿Qué más sucedió?

                  – Sucedió que los cinco niños tuvimos la oportunidad de contemplar una cosa terrible que fue la ejecución en la hoguera de una docena de hombres acusados del delito de herejía. Los hombres fueron atados a unos palos sujetos en el suelo y, en torno de cada palo, se encendió la hoguera correspondiente. Los condenados decidieron entonar un canto de alabanza a Dios antes de morir quemados. La imagen de los hombres que cantaban mientras soportaban el dolor terrible que debe acompañar a la acción del fuego sobre el cuerpo y el sonido de los cantos que sólo se interrumpieron por los ataques de tos, que sufrieron los condenados y tenían la causa en el humo, me produjo una impresión muy fuerte hasta el punto de que hubo algo dentro de mí que me dijo que aquellos hombres, que murieron en la hoguera, no eran del mismo tipo que el resto de los mortales.

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