El diálogo de Joan y Pierre: contemplar a Dios en los ojos del prójimo desamparado (II)
Extracto del diálogo que mantienen Joan y Pierre y que forma parte del capítulo 46 del libro, “El Laberinto de la Verdad”.
– ¿Cómo te explicas que sea posible contemplar al Dios del Cielo en los ojos de los desamparados de la Tierra? – preguntó Pierre mientras enfocaba sus ojos en el rostro de su amigo que se distinguía a la perfección por causa del resplandor que procedía de la luna que tenía la forma de un melón abultado.
– Estamos frente al mayor de todos los misterios. Supongo que el misterio tiene la intención de que tratemos de mantenernos humildes y nos abstengamos de proclamar que todo ser humano tiene la posibilidad de lograr sus propósitos o que cada uno obtiene en la vida lo que se merece. Estas opiniones apresuradas reflejan la existencia de una regla general, pero resulta que hay excepciones a la regla general y, a veces, puede suceder que haya más conocimiento en la excepción que en la regla.
– La frase que proclama que en la excepción puede haber más conocimiento que en la regla también debería estar grabada con letras de oro en algún lugar al igual que la que dice que el cristiano no es un cumplidor de doctrina sino un buscador de verdad.
Pierre añadió al fuego modesto una rama seca de boj y se tumbó de espaldas con la intención de recrear aquel pensamiento tan penetrante que proclama que puede haber más conocimiento en la excepción que en la regla que es una cosa que saben muy bien todos los abogados que tienen la mente despierta y han cumplido veinticinco años de ejercicio de la profesión.
Joan también se tumbó de espaldas. A lo largo de un rato los dos hombres permanecieron en silencio mientras sus ojos repasaban el escenario inconcebible de los pilares de piedra conglomerada encarados al cielo e iluminados por la luna que tenía la forma de un melón abultado.
Pierre se percató de que debían ser poquísimas las personas que habían tenido la oportunidad de pasar una noche como aquella en el corazón de una montaña en la que la percepción de la energía que discurre del Cielo a la Tierra y de la Tierra al Cielo, alcanza un grado de intensidad muy elevado hasta el punto de que el flujo de la energía misteriosa goza de una cierta materialidad que se percibe tanto por medio de la piel como del aire que llega a los pulmones. Después de empaparse de aquella percepción clarísima que, por un lado, tiene un sabor estimulante y, por otro lado, lo tiene inquietante y sólo se manifiesta en lugares especiales, a los que no resulta fácil acceder, tomó conciencia, de una vez para siempre, que es verdad que en la excepción puede haber más conocimiento que en la regla.
Joan hizo la misma reflexión que su amigo en el silencio absoluto de la noche aunque él le añadió una nota de optimismo que era fruto del convencimiento de que los visitantes de aquel lugar recóndito de la Montaña de Montserrat no eran tan pocos como parecía, a primera vista, en la medida que los montoncitos de tres o cuatro piedras que indicaban el camino siempre eran recompuestos por alguien que también había descubierto que en la excepción puede haber más conocimiento que en la regla.
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