El descubrimiento de la ruta comercial del Continente Asiático
Extracto del diálogo que mantienen Ismael, Yasmina, Joan y Pierre y que forma parte del
capítulo 70 del libro, “El Laberinto de la Verdad”.
– Trato de imaginarme la ruta comercial que cruza el Continente Asiático de un extremo al otro – dijo Joan.
– El recorrido de la ruta puede ser descubierto por el rastro de las mercancías que sólo pueden proceder de China, como es el caso de la seda, el papel, la porcelana, el jade y determinadas especies – prosiguió Ismael -. La ruta es una torre de babel en la medida que la recorren mercaderes que hablan en una docena de lenguas distintas. En el recorrido más occidental de la ruta era posible hallar mercaderes que hablaban en árabe. Más allá de un determinado lugar ya sólo era posible hallar mercaderes que hablaban en farsi o en las distintas variantes de la lengua de los turcos. Mi amigo hablaba bien en dos de aquellas lenguas y era capaz de entenderse en el resto de ellas. Poco a poco yo también fui capaz de cruzar cuatro palabras en la variante de esta lengua que juega el papel vehicular con objeto de establecer la comunicación imprescindible con los transeúntes de la ruta que acostumbran a ser hombres de pocas palabras.
– ¿Cómo lo hicisteis para recorrer el rosario de rutas comerciales habituales que para vosotros eran completamente desconocidas? – preguntó Pierre.
– Lo hicimos siempre en el seno de una caravana a lomos de mulas o camellos o usando nuestros pies todo ello en función de los lugares y las circunstancias – respondió Ismael -. Debo explicaros que conocimos caravasares espléndidos en los que los cocidos de legumbres y los guisos de carne de cordero fueron abundantes y sabrosos. También conocimos algún lugar destartalado que era el reino de las pulgas en el que había que pernoctar porque no había otro remedio. Conocimos ciudades impresionantes en las que había mucha cultura acumulada y ciudades decrépitas en las que la cultura se había evaporado. Cruzamos aldeas prósperas y repletas de dignidad y también cruzamos algunas que habían sido abandonadas por alguna razón que se nos escapaba. Tuvimos la oportunidad de acariciar las cabecitas de niños bien alimentados y también tuvimos la oportunidad de entregar a niños, mal alimentados, los mendrugos de pan que llevábamos en nuestros zurrones. No tuvimos más remedio que conocer los fenómenos del frío y el calor extremo que son propios de aquellos territorios y soportar el tormento de la sed más de una vez. En una única ocasión debimos soportar el fenómeno terrible de una tempestad de arena que duró tres días aunque lo hicimos desde un lugar que estaba bastante bien resguardado de las ráfagas enfurecidas que trasladan, de un lugar a otro, miles de millones de partículas de arena impalpable.
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