Dinero: inesperados argumentos para un cambio de paradigma
En esta publicación nos ocuparemos de añadir argumentos inesperados a la reflexión delicadísima acerca del dinero con objeto de demostrar que, en ninguno de los casos, es el estiércol del Diablo.
Invitamos a los lectores a que piensen acerca del concepto del dinero tal como apareció en el pasado de todas las civilizaciones. Lo primero que hay que explicar es que el dinero fue resultado de uno de los inventos más luminosos de la humanidad que fue el mercado rural. Al parecer este invento surgió, de forma parecida, en todas partes.
El mercado rural permitiría conocer el valor de las cosas en la época que la economía se basaba en el trueque. El mercado determinaba que un saco de trigo tuviera el valor de un ternero recién destetado, tres huevos de gallina tuvieran el valor de dos clavos de bronce grandes o cinco pequeños y un cordero tuviera el valor de una madeja de lino que permitiría tejer y coser una prenda para vestir a un niño. Por supuesto que estas posibles correlaciones de valor son fruto de nuestra imaginación.
El mercado rural permitió la aparición de algunas mercancías que no tenían un valor de uso pero lo tenían de cambio. Estas mercancías eran las piedras raras y los metales de la época que eran la plata, el cobre, el estaño y el plomo. En el momento que apareció alguien que tuvo credibilidad para asegurar, que todos los pedazos de cobre que llevaban una determinada señal, producto de un martillazo, tenían el mismo peso, tuvo lugar el nacimiento del dinero.
Las personas que tienen la mente despierta y han acumulado una experiencia real de la vida se percatan de que tanto el invento del mercado como el invento del dinero proceden del lado de la luz. Por esta razón la definición del dinero como estiércol del Diablo posee una malicia extrema.
Los sistemas totalitarios de derechas e izquierdas han desarrollado los inventos más inauditos, que alguien pueda imaginar, con objeto de burlar o sustituir el concepto luminoso del mercado, pero todos los inventos alternativos han fracasado en medio de la ineficiencia y la corrupción.
De acuerdo con la Ley Cósmica de la Correspondencia frente al invento luminoso del mercado aparecieron los inventos oscuros del acaparamiento de una determinada mercancía y la especulación subsiguiente. Con el paso de los siglos la experiencia del lado de la oscuridad añadió los inventos de la usura, el soborno, el contrabando y el oligopolio. El concepto del dinero en mayúsculas nace como resultado de estos inventos oscuros y no tiene nada que ver con el dinero que circula por el mercado.
El dinero en mayúsculas permitiría crear el concepto del capital financiero a caballo de las fórmulas demoníacas del interés simple primero y el interés compuesto más tarde. Esto sucedió cuando ya hacía muchos siglos que existía el capital-riesgo que permitía que alguien que poseía unos ahorros ayudara a un familiar o un vecino a comprar un huerto, un carro y un caballo o un martinete para fabricar clavos.
En el último de los ejemplos incluso es posible imaginar que la devolución y la retribución del préstamo, que tenía la forma de capital-riesgo, se llevara a cabo, en forma de clavos de hierro, que el titular del mismo vendería, en el mercado semanal de la población, en competencia con el beneficiario del préstamo.
El concepto del interés es perverso por definición por el hecho de que otorga al dinero el poder de crear dinero por si mismo al margen del trabajo y el esfuerzo humano. Pocas personas han pensado en que el concepto del interés otorga al dinero nada menos que la capacidad divina de crear con lo que lo convierte en el dios alternativo al verdadero Dios.
Las personas decentes pueden entender que el concepto de capital-riesgo tenga carácter luminoso mientras que el concepto de capital financiero, sostenido en la fórmula del interés, tenga carácter oscuro. Es posible que la toma de conciencia de la humanidad acerca de esta evidencia constituya el primer peldaño de la escalera que debe llevar al cambio del paradigma.
Existe la experiencia de la banca comercial y la banca hipotecaria que son capaces de prestar los servicios propios de ambos negocios al margen del concepto demoníaco del interés. Los ciudadanos de Londres conocen muy bien esta experiencia por el hecho de que en su ciudad existen bancos de este tipo cuyos titulares son musulmanes. Quizás ésta es la razón verdadera de la existencia de partidos de extrema derecha que agrupan a gente que tiene la mente cien por cien dormida y viven dominados por la obsesión de que los musulmanes están invadiendo la Europa Cristiana.
A pesar de que existe la experiencia luminosa que hemos descrito sucede que los grandes bancos, que tienen dimensión internacional, siguen atados al concepto del interés lo cual permite hacer la hipótesis de que están protegidos por el dios del dinero que es el único protector posible de los oligopolios de todos los tipos, de la misma manera que es el protector de los negocios paralelos de los bancos que permanecen atados a la fórmula demoníaca del interés compuesto. Los negocios paralelos son la usura, el expolio de los bienes de los ciudadanos que quedan atrapados en la letra pequeña de sus contratos y la gestión de cuentas y compañías fantasma, domiciliadas en paraísos fiscales, que es un servicio que sólo prestan a los más ricos de sus clientes.
El desarrollo de la experiencia del capital-riesgo permitió edificar, en la Baja Edad Media, un concepto muy interesante al que algunos estudiosos han denominado Economía Civil de Mercado. Al parecer esta experiencia fue impulsada por los Terciarios Franciscanos en la misma época que los Caballeros Templarios desarrollaron los inventos luminosos de la letra de cambio (antecesora de la carta de crédito irrevocable) y la póliza de seguro marítimo que constituyen los fundamentos de la banca comercial.
Hubo un momento en que los pueblos de Europa dispusieron de los instrumentos adecuados para desarrollar un modelo de economía que se habría sustentado en el lado luminoso del capital que era fruto de las experiencias de tipo humanista y solidario de las que hemos enumerado la más relevante y tenían la expresión más clara en el dinero imprescindible que es el que circulaba, de mano en mano, por los mercados semanales de todas las ciudades del continente.
Sin embargo sucedió que el señor que llevaba puesta una triple corona sobre la cabeza y creía ser nada menos que el representante de Dios en la Tierra, por medio de una conspiración infame y una bula no menos infame, eligió ser el instrumento de las sociedades secretas que precisaban destruir la Orden del Temple con objeto de apoderarse del cuantiosos capital circulante de la banca comercial y crear el sistema capitalista que se sostendría en el principio de poner los derechos del capital por encima de los derechos de los seres humanos.
Es legítimo pensar que el dinero en mayúsculas, que siempre tiene la forma de capital financiero, es la obra del Diablo pero no en calidad de estiércol sino de alimento. En efecto, el dinero en mayúsculas es el instrumento que ha permitido alimentar el sistema de poder que se sostiene en las sociedades secretas y la argucia de las fiducias que, en la época actual, se corresponden a patrimonios financieros cuantiosos que permanecen domiciliados en paraísos fiscales y crecen muy por encima del conjunto de la economía por el hecho de que su titular, además de no pagar impuestos, goza de la información privilegiada, que sólo posee la sociedad secreta, a la hora de ordenar inversiones y desinversiones.
El dinero en mayúsculas tiene la posibilidad de prostituir todo lo que invade empezando por los mercados o bolsas de valores y de deuda soberana hasta el punto de alejarlos por completo del concepto inicial del mercado que sigue teniendo carácter luminoso a otras escalas más modestas.
Cuando en una página de Internet aparece un clérigo que explica que el dinero es el estiércol del Diablo es conveniente fijarse en sus ojos con objeto de descubrir si es un hombre que tiene la mente totalmente dormida y no sabe de lo que habla o es un individuo que permanece atado a una sociedad secreta que le ha conseguido el cargo que ocupa en la jerarquía eclesiástica a cambio de que contribuya a mantener viva la ceremonia de la confusión.
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