Destellos, revelaciones, fe
El concepto del Laberinto de la Verdad se sostiene en la hipótesis de que Dios decidiera suministrar destellos de revelación distintos a cada una de las civilizaciones y las grandes religiones de la humanidad con el propósito de que sólo los hombres y las mujeres, que han alcanzado el grado crítico de humildad que permite contemplar esta posibilidad, fueran capaces de poner sobre la mesa las piezas respectivas de revelación con objeto de tratar de construir el laberinto que pueda llevarles al conocimiento de la verdad.
De acuerdo con nuestra experiencia las grandes religiones de la humanidad son el Hinduismo, la religión tradicional de China, la Religión Judía, el Budismo, el Cristianismo y el Islam. Debemos precisar que hemos enumerado estas seis religiones por el orden cronológico en que aparecieron de acuerdo con las cosas que han averiguado los estudiosos.
Por supuesto que no despreciamos a las otras religiones que existen en el mundo, pero sucede que no tenemos experiencia directa acerca de ellas.
Debemos explicar que contemplamos, con amargura, las innumerables sectas religiosas que agrupan a semejantes que tienen una mente cien por cien dormida mientras los titulares de la secta la tienen más o menos despierta al igual que el resto de semejantes que son capaces de mantener activo un negocio más rentable que los otros.
El fenómeno de las sectas religiosas tiene carácter sociológico y es ajeno al lado de la luz de la energía a diferencia de las grandes religiones de la humanidad que todas ellas poseen un lado luminoso muy potente junto a un lado oscuro no menos potente.
Los doctrinarios, de todos los perfiles, se llevan las manos a la cabeza cuando alguien les habla de la hipótesis en que se sostiene el Laberinto de la Verdad e incluso podrán calificarla de cumbre del relativismo. Los doctrinarios tienen una cara cómica cuando hacen el ridículo, atrapados en su ceguera, pero también tiene una cara trágica porque hubo una época en que los guardianes de la doctrina cometieron un número incalculable de crímenes y quizás los seguirían cometiendo si tuvieran poder para ello.
Por lo general los textos doctrinales transmiten el sabor de la soberbia intelectual que es propia del individuo que se cree en posesión de la verdad y mira, por encima del hombro, a sus semejantes que viven sumergidos en la ignorancia.
En cambio lo textos científicos acostumbran a transmitir el sentimiento de la humildad que es propio del investigador que se limita a buscar la verdad con las armas de la razón, el trabajo infatigable y la experiencia acumulada por él y sus colegas del laboratorio.
Hay muchas personas que quizás no tienen la mente muy despierta, pero son lo suficiente inteligentes para haber llegado a la conclusión de que la ciencia puede llevar a la verdad, un día u otro, mientras que la religión no puede hacerlo por el hecho de que es prisionera de la doctrina inamovible incluso en un tema tan irrelevantes como es el de los preservativos.
Existe el debate acerca de si es más importante la fe o es más importante la razón a la hora de elegir el camino que lleva a la verdad. Este debate acostumbra a esconder la confusión entre el concepto de fe y el concepto de creencia religiosa.
Las personas que tienen una larga experiencia de la vida y han alcanzado la edad en que se goza del premio merecido de jugar con los nietos y ayudarles a comprender las cosas que les han explicado en la escuela, saben muy bien que la fe es experiencia espiritual pura y dura que, a lo sumo, puede ser compartida con el cónyuge fiel o el amigo del alma.
Las personas de las que estamos hablando han descubierto que la fe tiene muy poco que ver con la doctrina religiosa que contiene una componente inevitable de abstracción filosófica y, en consecuencia, de error humano. Algunas de estas personas participan de la extraña vivencia de que, a medida que se adentran en la vejez, les sucede que se sienten más cerca de Dios y más lejos de sus supuestos representantes en la Tierra.
Las escuelas sagradas resolvieron, hace muchos siglos, los dilemas entre la fe, la creencia, la razón y la ciencia. Para ello eligieron reflexionar acerca del concepto superior de la conciencia y descubrieron que ésta es una moneda que tiene dos caras y una de ellas es la razón y la otra es la experiencia de la fe.
Este descubrimiento, que sólo puede comprender un ser humano que ha alcanzado el estado de la mente despierta, explica que la razón se alimenta de fe y ésta se alimenta de razón. La vivencia cumbre de este fenómeno tiene lugar el día en que no hay más remedio que tomar una decisión desde la fe, pero sucede que ésta es cien por cien racional por lo que también puede afirmarse que la razón está por encima de todo.
Las escuelas sagradas también descubrieron que la creencia religiosa es un impedimento que no hay más remedio que trascender cuando se sigue el camino de la construcción de la conciencia. Por último descubrieron que la ciencia o es hija de la conciencia de la realidad o es fraudulenta.
El científico verdadero tiene la mente despierta por lo menos mientras se ocupa de la labor de proseguir el trabajo de campo en el laboratorio, aunque luego no tenga más remedio que cerrar los ojos, ante las absurdidades de la vida, con objeto de sobrevivir sin caer en una depresión irremediable o volverse loco.
Las escuelas sagradas tienen un fondo común que procede de la experiencia de hombres y mujeres que todos ellos tenían la mente despierta y accedieron a piezas complementarias del Laberinto de la Verdad. El conocimiento verdadero, en los temas esenciales, es coincidente en todas las civilizaciones y si no fuera así no merecería el nombre de conocimiento verdadero.
La escuela sagrada de China no posee el concepto de Dios pero posee el concepto del Cielo. Hay que explicar que el Dios de la Biblia tiene carácter personal mientras el Cielo tiene carácter impersonal. Sin embargo este detalle tan importante no influiría en el concepto de la fe tal como sería edificado por las tradiciones espirituales que tuvieron su origen en los dos extremos del mundo antiguo.
Hay que explicar que la experiencia acerca de la confianza en la protección del Cielo que poseía el maestro Mong Tse era muy parecida a la experiencia de la confianza en Dios que divulgó el patriarca Job en el libro que lleva su nombre y constituye el hito culminante de la Biblia acerca de la experiencia humana de la fe.
Lo cierto es que la experiencia de la fe y el concepto de la conciencia son muy parecidos en todas las escuelas sagradas, mientras que las creencias son distintas en cada civilización y cada religión. Incluso ha sucedido que las creencias religiosas alcanzaron carácter antagónico, en muchos momentos de la historia, hasta el punto de haber justificado guerras y exterminios de población.
Los doctrinarios modernos han hecho la autocrítica de las guerras de religión y han pedido perdón por los crímenes que cometieron los tribunales de la Santa Inquisición Pontificia, pero no han renunciado a la doctrina ni a la soberbia intelectual lo cual permite suponer que su autocrítica no es sincera.
Es un hecho comprobable que en la Curia Vaticana se mantiene activa una congregación que es heredera de la Santa Inquisición Pontificia y además está dotada de gran poder. Los católicos que son personas decentes no tienen más remedio que mirar hacia otro lado cuando contemplan un hecho que los llena de vergüenza.
Las Leyes Cósmicas de la Correspondencia y la Armonía están reveladas de forma incipiente en la Biblia. Cabe suponer que las metáforas que repetía Juan el Bautista y proclaman que los valles serán rellenados, los montes serán rebajados, los caminos torcidos serán enderezados y los caminos ásperos serán allanados (Lucas 3-5) plasman los conceptos de la correspondencia y la armonía de un forma clara pero muy poco elaborada.
Las Leyes Cósmicas de la Correspondencia y la Armonía serían reveladas, de forma madura, a la escuela sagrada de China que disponía del instrumento superior del Oráculo del I Ching que permite arrancar secretos al Cielo a los seres humanos que se mantienen perseverantes en el cometido de cumplir su destino en la Tierra.
Hay que reconocer que la escuela sagrada de China fue mimada, de manera especial, por la revelación del Cielo. La prueba de ello es que los antiguos sabios chinos inventaron el cálculo numérico, la mecánica, la medicina más madura de todas, la pólvora, el papel y las artes gráficas. Hay que reconocer que, al margen de estos inventos esenciales, la humanidad no tenía ninguna posibilidad de escapar del dominio de las fuerzas cósmicas del lado de la oscuridad.
Bernard Mong Tse fue bautizado en un templo católico y recibió buenos ejemplos de educadores católicos hasta el punto de que jamás ha tenido ninguna razón para dudar de que Jesucristo sea el hijo unigénitreligiones, o de Dios tal como explicaban aquellos educadores por medio de relatos ingenuos pero entrañables. Sin embargo debe reconocer que la experiencia auténtica de la fe entendida como la confianza incondicional en la protección de Dios ante cualquier situación de la vida por dura que sea – le fue transmitida por un hombre de negocios musulmán más veterano que él. Por fin le sucedió que sólo tuvo la oportunidad de acceder al conocimiento de la verdad, en serio, cuando las circunstancias de la vida le permitieron conocer a un maestro entroncado con la escuela sagrada de China.
Hay que suponer que hubo alguien de Arriba que se encargó de orientar los diversos episodios que aparecieron en la vida de Bernard Mong Tse con objeto de que adquiriera la experiencia adecuada para ser el divulgador del concepto del Laberinto de la Verdad.
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