Destellos de conocimiento y femineidad
La presente publicación se ocupa de plasmar un nuevo destello de conocimiento superior que forma parte del magisterio de Jesucristo. En este caso el destello de conocimiento también se transmite por medio del recurso de la perla, escondida en medio de la paja, que da lugar a una sacudida en el alma a las personas que llevan dentro el impulso de la búsqueda de la verdad.
Hay que decir que este pasaje del evangelio ha resultado tremendamente incómodo a los doctrinarios que permanecen sumidos en el estado del sueño psíquico. Esto sucede porque las palabras del maestro obligan a despertar la mente aunque sea por un instante. Este hecho puede tener efectos devastadores para los profesionales de un negocio que exige mantener escondida la verdad a toda costa.
A continuación reproducimos el diálogo que forma parte del libro que tiene el título de “El Laberinto de la Verdad”. Después del diálogo proseguiremos la reflexión acerca de un tema que sólo puede contemplarse desde el ámbito de la mente despierta.
– Mi mujer y yo hicimos el descubrimiento de otra perla escondida en medio de la paja en una página famosa del Evangelio que es aquella en que el maestro proclama: “No he venido a traer paz sino espada”.
– Cuéntame.
– Mi mujer estaba convencida de que aquella frase de Jesucristo era fruto de un error de un traductor y que lo que había dicho el maestro era: “He venido a traer paz sin espadas”.
– Entiendo que tu mujer tuviera esta confusión.
– Un buen día mi mujer, mientras amamantaba a nuestro segundo hijo, me dijo que, en medio del parto de la criatura, había entendido que Jesucristo había venido al mundo para traer una espada que juntaba el dolor con el conocimiento.
– Me sorprendes con una reflexión inesperada que sólo pudo hacer una mujer que tiene la experiencia de la maternidad.
– Mi mujer añadió que le había sucedido que, en medio del dolor del parto, había comprendido que la mujer no es otra cosa más que un eslabón de la larga cadena de la vida.
– ¡Qué reflexión más interesante!
– Aquel día mi mujer me dijo otra cosa que todavía es más interesante.
– Cuéntame.
– Me dijo que había conversado con su amiga que había traído al mundo dos criaturas al igual que ella. Ambas amigas habían convenido que, en medio del parto, hay un momento en que la mujer siente que lo único importante es la vida del niño o la niña que está saliendo de su vientre. Esto significa que las mujeres tienen la posibilidad de alcanzar un destello de conciencia que no está al acceso de los miembros del género masculino. Quizás ésta es la razón verdadera por lo que la Iglesia no permite a las mujeres ser sacerdotes.
– Es posible que acabemos de hacer un descubrimiento sobrecogedor.
– Sólo debo añadir que, desde el día que mi mujer me transmitió aquella reflexión tremenda, me sorprendería por tener la mente más despierta que yo y me lo demostraría en múltiples ocasiones culminadas por la más impresionante de todas que sucedió el día que descubrió que el Palacio de los Papas de Aviñón era la cocina del Infierno en la Tierra y me tomó del brazo con objeto de que nos alejáramos, a paso rápido, de aquel lugar del que no podía salir ninguna cosa buena.
Los dos hombres permanecieron un rato en silencio en homenaje a la mujer que, en medio del dolor del parto, había capturado un destello de conocimiento que permite comprender que el maestro del amor y la compasión había traído al mundo nada menos que una espada que trae consigo el conocimiento por medio del dolor.
En una publicación anterior calificamos de absurdidad el hecho de que la Iglesia Católica no permita a las mujeres acceder al sacerdocio. En aquella publicación demostramos que esta costumbre no se asienta en el magisterio de Jesucristo ya que éste mientras decidía celebrar la cena de la Pascua con los doce apóstoles, de acuerdo con una tradición milenaria que tenía el deber de respetar, también decidía confiar la misión más importante de todas a su madre y al colectivo de sus discípulas liderado por María Magdalena.
La conducta de Jesucristo deja muy claro que confiaba en sus discípulas incluso más que en sus discípulos aunque la cena de la Pascua debía celebrarlo sólo con estos últimos por una cuestión de respeto a un protocolo que tenía una tradición de más de mil años.
Los hechos históricos demostrarían que Jesucristo fue acompañado hasta el final por el grupo de sus discípulas liderado por María Santísima y María Magdalena y uno solo de sus discípulos que fue el Evangelista Juan. Debemos tener la certeza de que todos ellos habían alcanzado la condición de guerreros del lado de la luz y fueron capaces de comprender el sentido de todo lo que tuvo lugar en el Calvario, mientras que el resto de los discípulos, del género masculino, que permanecían escondidos no habían alcanzado esta condición a pesar de haber celebrado la cena con el maestro.
La tradición masculinista de la Iglesia Católica se sostiene en un incumplimiento de la voluntad de Jesucristo que tiene un carácter mucho más grave de lo que puede parecer a las personas que no han estudiado los evangelios con los ojos abiertos.
A lo largo de veinte siglos el incumplimiento de la voluntad de Jesucristo ha podido mantenerse en vigor por el hecho de que la mayoría de la población tenía la mente profundamente dormida. A medida que avanza el Siglo XXI este tema resulta insostenible para la Iglesia Católica que contempla como su prestigio se viene abajo, de manera irremediable, por causas diversas y hasta el punto de que algunos obispos cuentan con los dedos de las manos los jóvenes de su diócesis que sienten la vocación de ser sacerdotes.
La elección del pontífice, supuestamente reformador, no ha resuelto el problema de la Iglesia Católica sino que incluso lo ha agravado cuando se ha percibido que, en las cosas importantes, el hombre tiene las manos atadas.
Mientras tanto sus proclamas, de acusado carácter político y sabor izquierdista, han resultado molestas a los fieles que tienen la mente más despierta y saben muy bien que el magisterio de Jesucristo no tiene nada que ver con la política de izquierdas y derechas y ni siquiera de centro.
En una publicación anterior calificamos de absurdidad el hecho de que la Iglesia Católica no permita a las mujeres acceder al sacerdocio y a los puestos de responsabilidad de la estructura eclesial. En esta publicación no tenemos más remedio que ir más lejos y hacer la hipótesis de que detrás de la absurdidad, que repugna el sentido común, se esconda nada menos que una conspiración contra la conciencia superior que reside en la mujer por causa de que posee la experiencia del parto y la lactancia de los hijos.
Retamos a los guardianes de la doctrina a que dejen de lado todos los argumentos que forman parte del ámbito de la mente dormida y tengan el coraje de defender la posición oficial de la Iglesia Católica, desde el ámbito de la mente despierta, en el supuesto de que sea posible.
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