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Bernard Mong Tse, discípulo de un Maestro de Maestros

Bernard Mong Tse, discípulo de un Maestro de Maestros

El maestro del maestro de Bernard Mong Tse era un sacerdote que regentaba un templo muy humilde que estaba situado en un lugar impersonal de la ciudad de Pekín ubicado en medio de un bosque de bloques de apartamentos altísimos. En la obra escrita, que será divulgada este mismo año, aparece el anciano nonagenario y el templo humilde en varias ocasiones y se recrean, en forma novelada, algunas experiencias extraordinarias que el autor del relato vivió en aquel lugar.

El maestro nonagenario había elaborado la tesis de que, por causa de las circunstancias en se había desarrollado la historia de la humanidad, el Planeta Tierra permanecía rodeado de una especie de atmósfera espiritual muy espesa en la que predominaba el lado del Yin de la energía. Encima de esta capa, muy espesa, se extendía una especie de estratosfera, que también tenía carácter espiritual y sería muy fluida, en la que predominaba el lado del Yang de la energía que podía alcanzar grados de calidad muy elevada.

La tesis del maestro nonagenario se sustentaba en sus percepciones y las de algunos de sus discípulos que habían logrado ascender hasta las plantas más elevadas de la pagoda de la evolución.

La tesis del maestro del maestro de Bernard Mong Tse también trataba de explicar el hecho de que, a lo largo de la historia, habían sido muchas más las almas humanas que habían abandonado la existencia terrenal en estado de confusión, e incluso de desesperación, que las que lo habían hecho en estado de armonía. Ésta sería la causa de que fuera detectable la capa densa de carácter negativo que permanecía apegada al mundo terrenal y, más allá de ella, se extendiera la capa de carácter positivo que sólo estaría al alcance de las percepciones de los guerreros capaces de ascender, una tras otra, por las plantas de la pagoda hasta alcanzar el lugar adecuando de acuerdo con el destino que tenían escrito en el Cielo y cuyo cumplimiento permanece condicionado a su libre albedrío.

La Civilización Occidental tiene uno de sus referentes en la “Divina Comedia” que explica el mundo del más allá tal como pudo hacerlo el genio de Dante sin apartarse, en lo más mínimo, de la doctrina oficial de la Iglesia de Roma en una época en que ésta permanecía custodiada, de forma férrea, por el temible Tribunal de la Santa Inquisición Pontificia.

En el segundo decenio del Siglo XXI no hay más remedio que tratar de trascender el relato genial de Dante. Esto puede hacerse después de reconocer que “La Divina Comedia” ha cumplido un papel importante en la formación de los valores de la Civilización Occidental y también porque dejó sembrados los códigos que permitieron edificar el mito de los Caballeros Templarios y mantener vivo el testimonio de la escuela sagrada de Occidente entre las personas que leían el relato con la mente más despierta.

Existe la posibilidad de trascender el relato genial de Dante por medio de contemplar la tesis del maestro nonagenario de Pekín. Esto es así porque así como el relato de “La Divina Comedia” se sostiene en los dogmas incomprobables que fueron proclamados por los Padres de la Iglesia, la tesis del maestro chino puede ser explorada, hasta cierto punto, por medio del método científico de conocimiento que es el único que resulta aceptable para el ser humano que desarrolla una experiencia de la vida que le permite tomar conciencia de llevar dentro un alma que ha sido creada a imagen y semejanza de Dios.

En todas las civilizaciones está descrita la experiencia de algunas personas que han descubierto entidades de naturaleza espiritual atrapadas en el mundo terrenal donde podían causar molestias a una persona concreta en la medida que se alimentaban de la energía que ésta canalizaba. En las experiencias de este tipo puede haber una parte de sugestión mental, e incluso puede haber manipulación de alguien del mundo extra-terrenal, pero también hay experiencia verdadera que merece ser contemplada con respeto porque transmite una información que está más cerca de la verdad que cualquiera de los temas que han sido proclamados dogma de fe por los poderes religiosos cuyo único propósito era mantener su dominio sobre los seres humanos.

En las postrimerías del segundo decenio del Siglo XXI hay razones de peso para afirmar que existe un conocimiento verdadero de la humanidad construido por las escuelas sagradas que existen, desde tiempos inmemoriales, en las distintas civilizaciones y han cumplido su labor en la más absoluta discreción.

Hay que recordar que las escuelas sagradas han sobrevivido a los avatares de la historia por la única razón de que habían desarrollado una experiencia superior de la fe en el contexto de la cultura religiosa propia de cada civilización. Dicho en otras palabras, todas ellas tenían claro que permanecían entroncadas con el poder superior que, en el largo plazo, es hegemónico sobre los centros de poder terrenal de todos los tipos y resulta irrelevante que al poder superior le dieran el nombre de Dios, le dieran el nombre del Cielo, le dieran el nombre del Espíritu en mayúsculas o le dieran otro nombre.

Es lícito hacer la hipótesis de que el Plan de Dios decidiera suministrar elementos esenciales, pero distintos, de la revelación a cada una de las grandes civilizaciones con objeto de poner muy arriba el valor de la humildad que resulta necesaria para aceptar que en la cosmovisión del vecino pueda existir un elemento de la verdad que no fue revelado a los antepasados propios. Es demostrable que hasta que no se alcanza este grado de humildad, no es posible desactivar los sistemas de dogmas que todos ellos tienen carácter oscuro y constituyen un impedimento que hace imposible proseguir el camino sincero de la búsqueda de la verdad.

Es imprescindible trascender las creencias que se sostienen en dogmas incomprobables para que sea posible hallar la verdad definitiva que es la misma para todos los hombres y todas las mujeres de todas las naciones de la Tierra con independencia de las mil peculiaridades que los separan.

Esta afirmación adquiere carácter concluyente cuando se cae en la cuenta de que el elemento más importante de todos es el que permite desarrollar la experiencia superior de la fe y justo este elemento, de carácter superior, constituye el punto de partida de todas las grandes civilizaciones que tendrían la posibilidad de recrear conceptos distintos, a lo largo de los siglos, hasta que, por fin, los conceptos que habrían alcanzado la máxima madurez, por el hecho de estar firmemente entroncados en la experiencia de las personas que habían alcanzado el estado de la mente despierta, resultarían complementarios en el momento que aparecería el concepto del Laberinto de la Verdad que daría lugar a la más inesperada de todas las síntesis.

El descubrimiento del paralelismo entre las experiencias del Patriarca Job y el Maestro Mong Tse permitió a varias personas iluminadas, que permanecían entroncadas en las escuelas sagradas de China y Occidente, entregarse a un diálogo que se sostendría en el valor de los conceptos de la fe y la conciencia. Este diálogo, iniciado hace más de cincuenta años en el enclave privilegiado de Hong Kong, constituye el punto de partida del concepto del Laberinto de la Verdad que ha nacido con el propósito de mantenerse fiel a la tradición de la humildad, propia de las escuelas sagradas, pero con la vocación ambiciosa de ser una alternativa al paradigma racionalista que pierde credibilidad a medida que transcurren los años. 

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