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A propósito del libre albedrío

A propósito del libre albedrío

Extracto del diálogo que mantienen Ismael, Yasmina, Joan y Pierre y que forma parte del libro, “El Laberinto de la Verdad”. Capítulo 65.

Ismael hizo el gesto de acariciarse la nuca con la palma de la mano izquierda. Después de ello tomó la palabra en un tono de voz más grave del habitual.

                      –  Existe la creencia de que Dios sabe todo lo que hará un ser humano a lo largo de la vida tanto lo bueno como lo malo – dijo Ismael -. Esta creencia ha sido divulgada por pensadores que tienen la mente profundamente dormida y no ven más allá de la punta de su nariz.

Las palabras del maestro acerca de un tema tan importante desencadenaron un silencio respetuoso que él mismo se encargó de interrumpir en el mismo tono pedagógico que había usado desde el momento que había iniciado aquella reflexión inesperada acerca del concepto del libre albedrío.

                        –  La creencia de que Dios sabe todo lo que hará un ser humano a lo largo de la vida, tanto lo bueno como lo malo, justifica la resignación y justifica el fanatismo religioso cuando es evidente que tanto la resignación como el fanatismo religioso son conductas humanas equivocadas y contrarias a la voluntad de Dios.

                        –  Tienes razón – dijo Pierre en un tono de voz que delataba la emoción que le embargaba por causa de la lección inesperada del maestro.

                       –  La mente de Dios tiene carácter infinito y conoce todas las posibilidades que puede elegir cualquier ser humano en cualquier situación de su vida pero no sabe cual de ellas elegirá antes de que esto suceda – prosiguió Ismael empleando el mismo tono pedagógico -. Por supuesto que cuando Dios no sabe una cosa es porque ha decidido no saberla con objeto de que el ser humano posea el don del libre albedrío ya que en otro caso el poder infinito de la mente de Dios haría inviable la libertad de elección. Esto significa que el hombre y la mujer tienen la posibilidad de sorprender a Dios, cuando toman una decisión, sin que nada de lo que decidan hacer constituya una sorpresa para el creador del Universo.

El razonamiento impecable del hombre que demostraba ser capaz de manejar cualquier concepto filosófico, con la mayor de las solturas, desencadenó el silencio definitivo mientras el maestro se deleitaba con un trago de zumo de limón que todavía se mantenía bastante frío.

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