La infidelidad y el adulterio: dos conceptos separados por una porosa frontera
Existe una gran confusión acerca del concepto del adulterio. La forma más correcta de comprender este concepto es contemplándolo como sinónimo de engaño a la pareja.
El descubrimiento de un adulterio ha arruinado la carrera a más de un político cuando sus adversarios han advertido a los electores de que un señor que engaña a la madre de sus hijos lo más seguro es que también engañe al resto de los ciudadanos.
Lo cierto es que la vida da muchas vueltas y ningún hombre ni ninguna mujer tiene la certeza de que, un buen día, no se sentirá atraído o atraída, de manera irresistible, por un compañero de trabajo, un colega de profesión, un cliente recién llegado o una señora o un señor que han conocido en un congreso, una feria o la sala de espera de un aeropuerto en medio de un viaje profesional.
Nadie tiene la posibilidad de controlar sus sentimientos, en un momento inesperado, pero todas las personas civilizadas tienen la posibilidad de controlar su conducta por excitante que sea la oportunidad que les trae la vida.
Hay algunos hombres y algunas mujeres que han vivido la experiencia límite de sentirse atraídos, de manera irresistible, por una señora o un señor que han conocido en medio de un viaje profesional y además ha sucedido que un hecho, aparentemente fortuito, los han llevado a tomar una copa en la cafetería del hotel después de cenar y sin ningún testigo en el entorno.
Las historias de este tipo se suceden todos los días en todo el mundo. Algunas de ellas culminan en la infidelidad a la pareja y otras no. Incluso puede suceder que la historia termine, de una forma hermosa, cuando la mujer tiene la ocurrencia de recurrir a la billetera, mostrar a su nuevo amigo las fotos de sus hijos y pedirle que haga lo propio. La contemplación de los rostros de los pequeños acostumbra a tener el efecto de enfriar la libido.
Hay que distinguir la infidelidad del adulterio. Hay parejas que han pasado por la experiencia dura de la infidelidad, pero nunca ha habido engaño entre los cónyuges por lo que no ha habido adulterio.
En uno de los libros de Bernard Mong Tse se relata una experiencia, muy audaz, que viven dos matrimonios amigos cuando eligen un fin de semana y se juntan en un hotel, liberados de los niños, con objeto de llevar a cabo el experimento del intercambio de parejas. El experimento tiene una duración de una hora exacta. A continuación las dos parejas se juntan en un saloncito del hotel y llevan a cabo una larga reflexión acerca de lo que han hecho.
Los cuatro protagonistas del experimento, de máxima audacia, llegan a la conclusión de que la hora de reloj que han destinado al mismo ha sido una decisión sabia ya que menos tiempo habría sido insuficiente y más tiempo habría sido imprudente.
Los cuatro protagonistas no se ponen de acuerdo acerca de si lo que han hecho constituye una acción inocente o un pecado contra la Ley de Dios. Es obvio que el experimento no ha incluido el adulterio ya que ninguno de los cuatro ha engañado a su pareja. También es cierto que los cuatro han disfrutado de una satisfacción singular que, a primera vista, no es lícita, pero puede serlo si la sacudida, propia del experimento, los ha ayudado a proseguir el camino de la evolución de la consciencia que todo ser humano tiene escrito en su destino.
Estamos frente a una reflexión muy delicada que ningún moralista será capaz de resolver, en una dirección u otra, si tiene la mente lo suficiente despierta para percatarse de que el Plan de Dios persigue la evolución de la consciencia de los seres humanos por encima de cualquier otra cuestión.
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