La Biblia: la palabra de Dios y otros matices
La Biblia es el libro más importante de la Civilización Occidental a gran distancia de cualquier otro. En la Biblia hay grandes perlas de conocimiento, pero también hay montañas de paja e incluso hay cizaña perniciosa. Las personas sensatas son capaces de separar la paja de la cizaña e identificar las grandes perlas de conocimiento que han resultado incombustibles al paso de los siglos.
Los curas católicos sólo conocen los textos de la Biblia que forman parte de la liturgia oficial. Los pastores evangélicos acostumbran a leer el libro sagrado ya que esta costumbre constituye un signo de identidad de la Reforma Protestante. Todos los profesionales de la religión, que son personas sensatas, saben muy bien que en la Biblia hay textos que merecen el calificativo de Palabra de Dios y también los hay que no tienen nada que ver con la Palabra de Dios.
La Palabra de Dios se acostumbra a transmitir por medio de perlas de conocimiento que no dejan indiferentes a las personas que poseen una mínima sensibilidad espiritual.
Una de las muchas perlas de conocimiento que es posible hallar en la Biblia es la que ordena al padre de familia ganar el pan de sus hijos con el sudor de su frente.
En la época que apareció este mandato bíblico la cultura del antiguo Pueblo Judío era cien por cien masculinista. Por esta razón había el convencimiento de que Dios tenía género masculino y la serpiente, causante de los grandes males de la humanidad, tenía género femenino al igual que Eva que había sido la víctima de su argucia y la causante de la desgracia de Adán y sus descendientes.
La sociedad moderna se sostiene en un equilibrio creciente de derechos y deberes entre los dos géneros. Es preciso releer la Biblia desde el marco armonioso de la familia que se sostiene en el equilibrio exquisito de derechos y obligaciones, entre un hombre y una mujer que han unido sus vidas y han traído una, dos o más criaturas al mundo.
El deber de ganar el pan de los hijos por medio del trabajo sigue vigente cuando han pasado cuatro milenios desde la aparición del mandato bíblico y afecta, por un igual, a los hombres y las mujeres.
La experiencia de la vida demuestra que las mejores personas son trabajadoras y también son amantes del ocio merecido. Los padres y madres de familia que son capaces de mantener un equilibrio sano entre el trabajo y el ocio transmiten el ejemplo, mejor de todos, a sus hijos.
Hay personas que trabajan demasiado y no disponen de tiempo para cultivar el ocio familiar, escuchar los consejos de los amigos y educar bien a sus hijos. Estas personas son víctimas de un tipo de desequilibrio que puede ser la causa de problemas más o menos graves.
Hay personas que consiguen vivir sin trabajar. Incluso las hay que son totalmente abúlicas y, si alguna vez se comprometen a hacer algo, luego no cumplen su compromiso. Las personas de este tipo tienen el problema de que no disponen de energía para hacer nada serio aunque puede suceder que tengan afición a hacer discursos acerca de lo que deben hacer los demás.
Es conveniente apartarse de los perezosos y los abúlicos porque es demostrable que traen desgracia. En condiciones normales los perezosos y los abúlicos son inofensivos, pero cuando las cosas se complican, por alguna razón, no tienen más remedio que arrimarse al lado de la oscuridad de la energía por medio de ceder a los impulsos de la envidia, los celos, el rencor, la falsificación de la realidad, la doble moral e incluso el odio incontrolado.
Cuando sucede alguno de estos problemas se demuestra que el mandato bíblico que ordena ganar el pan de lo hijos con el sudor de la frente se mantiene vigente siglo tras siglo y se comprende que las cosas deben ser así porque no pueden ser de ninguna otra manera.
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