El rostro, espejo del alma
Es cierto que el rostro es el espejo del alma. Las personas que tienen la mente despierta pueden leer, hasta cierto punto, el rostro de sus semejantes aunque para ello deben hacer un aprendizaje que ocupa unos cuantos años.
Es verdad que tanto la pena como la mancha se reflejan en el rostro de una persona por lo menos desde la fecha de su cuarenta aniversario. Lo cierto es que el rostro transmite tanto el dolor y la satisfacción que el sujeto lleva dentro como los muertos que tiene encerrados en el armario.
La escuela sagrada de China hizo un descubrimiento muy interesante en épocas remotas. Resulta que toda persona cabal debe perseguir la satisfacción sabiendo muy bien que no puede escapar del sufrimiento. Al final sucede que la belleza del rostro reside en la capacidad del sujeto de armonizar la satisfacción y el sacrificio inevitable y cuando cualquiera de los extremos predomina sobre el otro aparece la fealdad.
Es ridículo perseguir la satisfacción mientras se huye del sacrificio. Esta conducta revela un desconocimiento profundo del ser humano que sólo puede crecer cuando se decide a armonizar el sacrificio inevitable con la satisfacción merecida.
La sabiduría aparece de la mano del equilibrio y la armonía y, al margen de estos conceptos superiores, las reflexiones humanas tienen carácter artificial.
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