El conocimiento, la verdad y el Plan de Dios
El proverbio chino que proclama “El que busca la verdad corre el peligro de hallarla” constituye un contrapunto muy interesante del mandato de Jesucristo de buscar la verdad que culmina con la sentencia que proclama que es precisamente el conocimiento de la verdad lo que hace libres a los seres humanos.
No hay más remedio que hacer la hipótesis de que la conquista de la libertad, por medio del conocimiento, exija asumir un riesgo.
Hay un relato del Evangelio que ha sido muy poco divulgado porque resulta extremadamente incómodo a los doctrinarios de mente dormida. El maestro, poco antes de la Última Cena, confesó a sus apóstoles que había muchas cosas que no les había explicado porque no habrían sido capaces de soportarlas. Por fin aseguró que estas cosas serían reveladas por el Espíritu Santo el día que fuera preciso hacerlo.
Hay que suponer que las cosas que Jesucristo decidió no explicar a sus discípulos porque estos no habrían sido capaces de soportarlas eran más importantes que otras que explicó y tampoco habían sido fáciles de soportar. Nos referimos a la enseñanza de perdonar al enemigo y la de ofrecer la otra mejilla cuando se recibe una agresión o una ofensa.
Los Padres de la Iglesia, decidieron hacer caso omiso de esta página clave del Evangelio cuando construyeron una filosofía vertebrada por una serie de conceptos que serían elevados a la categoría de dogma de fe mientras sería catalogado de anatema cualquier punto de vista que no coincidiera con el dogma.
Los Padres de la Iglesia, desconocían la máxima de la escuela sagrada de China que dice que cuando alguien ve una cosa muy clara es porque está carente de información. El dogma siempre carece de información incluso cuando proclama la verdad.
Jesucristo cumpliría su promesa y las cosas insoportables serían reveladas por el Espíritu Santo a lo largo de los siglos. La Iglesia de Roma no podría beneficiarse de esta revelación ya que la hubiera declarado herejía al no coincidir con los dogmas proclamados por los inventores de la doctrina. Sin embargo la revelación alcanzó a las escuelas sagradas que existen en todas las civilizaciones.
Ha llegado el momento de que el conocimiento que las escuelas sagradas han mantenido en secreto, a lo largo de los siglos, pueda ser divulgado nada menos que por voluntad de Jesucristo que proclamó que habría un momento en que todo sería desvelado.
La escuela sagrada de China conocía el proverbio que advierte al buscador de la verdad que corre el peligro de hallarla. A pesar de ello fue la campeona de la búsqueda de la verdad y fue premiada con destellos de revelación superiores a los que beneficiaron a otras escuelas sagradas.
El Plan de Dios ha querido hacer las cosas de forma que a cada escuela sagrada, encargada de vertebrar el lado luminoso de una civilización, le ha sido revelada una pieza significativa de la verdad, pero sucede que ésta sólo se hace comprensible cuando se pone al lado de otra pieza, igual de significativa, que ha sido revelada a otra escuela sagrada.
El Plan de Dios ha querido hacer las cosas de esta manera con objeto de obligar a los buscadores de la verdad a hacer un acto de humildad cuando aceptan que otra civilización u otra religión han podido beneficiarse de un destello de revelación que está ausente en la suya.
En La Biblia hay mucha revelación, pero no está toda ni mucho menos. Esta afirmación se sostiene en la palabra de Jesucristo cuando confesó a sus apóstoles que había cosas que no les había explicado porque habrían sido incapaces de soportarlas y les aseguró que serían reveladas por el Espíritu Santo en el momento que fuera preciso hacerlo.
Alguien puede argumentar que La Biblia no se culmina con los cuatro evangelios que transmiten el magisterio de Jesucristo sino que lo hace con las cartas de los apóstoles y el libro del Apocalipsis. Incluso contemplando este hecho es posible demostrar que la revelación que el Cielo ha hecho llegar a la Tierra no puede completarse sin recurrir al acerbo de las escuelas sagradas de China y la India y al Corán que es el libro sagrado de los musulmanes.
El Plan de Dios decidió dar a conocer a la humanidad algunos destellos de la revelación por medio del profeta analfabeto de Arabia que tendría la misión de fundar la última de las grandes religiones de la humanidad. Estos destellos son muy pocos pero son muy claros y sin ellos resulta imposible culminar la construcción del Laberinto de la Verdad.
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