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Rastros de conocimiento verdadero en el pensamiento de occidente

Rastros de conocimiento verdadero en el pensamiento de occidente

Las circunstancias de la vida me llevaron a leer el libro de Victor Flankl, que tiene el título de “El hombre en busca de sentido”, unos pocos años antes de toparme con mi maestro lo cual sucedería por medio de un hecho que, en el momento que tuvo lugar, contemplé como fortuito. Ahora ya me he percatado de que no sucede nada por casualidad.  

He hecho de “El hombre en busca de sentido” un libro de cabecera. He resaltado, en color amarillo, algunas partes del texto y las releo, de tanto en tanto, sobre todo en medio de los largos vuelos transcontinentales que también uso para releer las cosas que escribo, casi todos los días, en el diario personal al que hoy me toca añadirle una reflexión de primera clase.

Tengo el deber de incluir la historia de mi maestro en el relato novelado que estoy escribiendo. Las páginas de mi diario que corresponden al día de hoy albergarán este cometido de una forma que difumine la identidad del protagonista.

Mi maestro era un profesor de antropología cultural antes de ser acusado de revisionismo por el comité de guardias rojos que se había hecho con el poder en la universidad. Por esta razón fue desposeído de su plaza de profesor y confinado en una granja de reeducación donde su labor consistía en manejar un carretón cargado con los excrementos de los terneros.

La reeducación consistía en aprender de memoria el llamado libro rojo que presidía la desdichada revolución que causaría un daño muy grande al país y destruiría a varias generaciones de jóvenes que fueron los guardias rojos que desperdiciarían, de forma absurda, unos años de la vida que no pueden repetirse.

Mientras mi maestro estaba confinado en la granja de reeducación sucedió que su mujer y su hijita, que había cumplido cinco años, murieron en un incendio. Cuando el hombre abandonó el cautiverio se encontró solo en el mundo sin que ninguno de sus antiguos colegas de la universidad se atreviera a ayudarlo porque tenían miedo de los guardias rojos.

El hombre sobrevivió, en la soledad absoluta, a lo largo de dos años realizando trabajos humildes hasta que un día apareció en su vida, por aparente casualidad, un sacerdote taoísta que le dijo que hallaría un sentido a su vida si se dedicaba a la venta ambulante.

El profesor de antropología cultural demostró ser muy bueno como profesional de la venta ambulante hasta el punto de que, al cabo de dos años de ejercer aquel oficio, tuvo la ocurrencia de montar un almacén que suministraba la mercancía a los vendedores ambulantes y pronto consiguió que el negocio funcionara muy bien.

Un buen día se presentó un inversor de Taiwán en el almacén mayorista, estuvo un rato conversando con su titular y, al final de la conversación, le propuso que se asociara con él para construir un gran centro comercial en aquella zona de Pekín. Por fin le ofreció un sueldo que, en aquella época, constituía una cifra de dinero inconcebible para el 99% de la población.

Mi maestro explicó al suyo la propuesta del inversor de Taiwán y éste le respondió que había llegado su hora y debería elegir entre ser el co-propietario de un gran centro comercial o ser un maestro. El discípulo precisó pensarlo a lo largo de unos cuantos días y, por fin, decidió ser un maestro porque se percató que ello estaba escrito en su destino.

Mientras tanto sucedió que la Revolución Cultural se derrumbó. Mi maestro fue rehabilitado y se le devolvió la plaza de profesor. El hombre decidió que ya no tenía sentido para él enseñar en la universidad y renunció a su plaza, pero quiso dar un último curso con objeto de que quedara constancia histórica de su rehabilitación. En aquel curso conoció a una alumna que era una chica preciosa por dentro y por fuera. La chica se enamoró del profesor y se convirtió en su nueva esposa y discípula predilecta. Al final la vida hizo justicia a mi maestro tal como le sucedió al patriarca Job.

Mi maestro ayuda a muchas personas a hallar el sentido de su vida que, en su opinión, siempre consiste en entregarse al destino que tienen escrito en el Cielo.

Mi maestro ha ayudado a varios hombres que fueron guardias rojos y desperdiciaron los años clave de su vida lo cual les supuso no poder llevar a cabo una carrera profesional. Estos hombres no tuvieron más remedio que sufrir mucho mientras empezaban de nuevo por medio del aprendizaje de oficios sencillos. Algunos de ellos se convertirían en maestros y serían capaces de explicar el proceso espantoso que puede hacer la mente de un joven sano hasta que se convierte en un criminal que es lo mismo que sucedió en Alemania en los batallones de las SS.  

Mi maestro ha estudiado la obra de Karl Marx con mucho más rigor que cualquiera de los intelectuales que conocí en mi época universitaria. Después de ello ha llegado a la conclusión de que es un método bueno para estudiar la historia de las naciones sobre todo por lo que hace a los sistemas económicos y los conflictos sociales, pero no tiene carácter de filosofía por el hecho de que no alcanza a construir una cosmovisión ni una psicología, de matriz humanista, que pueda compararse con las que construyeron los sabios chinos de la antigüedad.

En otras palabras, el Marxismo posee elementos valiosos al igual como los posee el Liberalismo pero una y otra, de estas escuelas de pensamiento, forman parte del ámbito de la mente dormida. Mientras tanto la cosmología propia de los chinos, que procede de la escuela sagrada de aquel país, forma parte del ámbito de la mente despierta y se mantiene alineada en el lado de la luz de la energía.

Mi maestro aconseja a personas importantes de su país. Debo suponer que su tesis acerca del carácter instrumental del Marxismo que debe permanecer subordinado a una cosmología trimilenaria que se expresa por medio del brazo del Confucianismo, el brazo del Taoísmo e incluso los brazos del Budismo y la religión popular del país, que da lugar a algunas supersticiones ancestrales que funcionan muy bien como son los temas del “Feng Tsui” y la veneración de los números ocho y nueve, influyen en la manera de pensar de los dirigentes del estado del país que está destinado a convertirse en la primera potencia del planeta.          

La historia de mi maestro tiene un cierto parecido con la que vivió Viktor Flankl en el campo de extermino de Auschwitz. Hay que precisar que hay una gran distancia entre las granjas de reeducación de la Revolución Cultural China donde, en principio, no se asesinaba a nadie y los campos de exterminio nazi en los que murieron millones de seres humanos víctimas de un genocidio planificado, en todos sus detalles, desde la cúpula del estado. Hecha esta aclaración imprescindible debo añadir que el sufrimiento que padecían los internados podía alcanzar cotas comparables en un lugar u el otro.

Mi maestro, mientras estuvo confinado en la granja de reeducación, se ocupó de pensar en dos cosas: La primera de ellas fue la capacidad ilimitada que tiene un sistema totalitario de manipular las mentes de la inmensa mayoría de las personas, de todas las edades, con independencia del grado de educación que hayan recibido.

La segunda cosa que descubrió mi maestro es que el ser humano tiene la posibilidad de soportar el sufrimiento hasta extremos difíciles de imaginar si ello tiene un sentido para él. Este descubrimiento lo hizo cuando se percató de que algunos de sus compañeros de la granja de reeducación permanecían con la mente impermeable al adoctrinamiento político al tiempo que estaban dispuestos a compartir lo poco que tenían con un desconocido recién llegado.

Debo añadir a esta reflexión un detalle imprescindible. Mientras Viktor Flankl era un judío que creía en la existencia de Dios, mi maestro no tenía ninguna creencia religiosa aunque participaba de una tesis que está bastante generalizada entre los chinos que tienen una sensibilidad mayor de la que es propia de la mayoría de la población del país más poblado del mundo. La tesis dice que, en el largo plazo, el Cielo pone las cosas en su lugar en la Tierra.

De acuerdo con la experiencia de mi maestro la clave del proceso de evolución del ser humano está en la construcción del valor de la confianza incondicional en un poder superior del lado de la luz. Esto es posible en el momento que la razón indica que, en el largo plazo, sólo existe una posibilidad que consiste en que este poder superior, del lado de la luz, ponga las cosas en su lugar.

El pensamiento y sobre todo la experiencia personal y la experiencia clínica de Viktor Flankl han influido a todas las escuelas serias de psicología de Occidente. Los profesionales de esta disciplina, que poseen una experiencia real de su oficio, saben que la voluntad de sentido es la clave que permite al ser humano asimilar los obstáculos que la vida pone en su camino y alcanzar un estado de una cierta madurez.

Debo pensar en que habrá un día que podrá escribirse en lugares destacados de los atrios de las universidades que el concepto de la voluntad de sentido permite iniciar el diálogo sincero entre los hombres y las mujeres de las distintas civilizaciones siempre que todos ellos hayan alcanzado el estado de la mente despierta.

Algunos pensadores de Occidente usan los términos de filosofía perenne y filosofía sapienzal para referirse a un concepto que ha sido transversal a la mayoría de las escuelas de pensamiento y ha tenido como objeto que el estudio de la filosofía no fuera encaminado a la acumulación de conocimiento académico sino a un cambio interior del estudiante que incluyera un cierto despertar de una realidad estrecha con objeto de acceder a otra más rica.

Los conceptos de la filosofía perenne y la filosofía sapienzal también permiten iniciar el diálogo entre personas de distintas civilizaciones que han alcanzado el estado de la mente despierta o, por lo menos, están en el camino que permite despertar del estado del sueño psíquico en el que permanecen la mayoría de seres humanos toda la vida.

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