Los diarios de Bernard Mong Tse: José de Calasanz
Hemos decidido iniciar esta página divulgando una serie de reflexiones que forman parte de los diarios de Bernard Mong Tse y tratan de enlazar las cosas que éste había aprendido de su maestro, entroncado en la escuela sagrada de China, con la realidad de la tradición católica y la filosofía racionalista en las que había sido educado.
Hoy publicamos la primera de estas reflexiones y seguiremos con ellas a lo largo de las próximas semanas. La reflexión que hemos elegido, para empezar, apunta muy arriba ya que es el concepto de la santidad que, sin duda, tiene un sabor exótico en el marco de la cultura relativista del mundo contemporáneo, pero sigue interesando a una minoría consistente de seres humanos en todas las civilizaciones.
La reflexión elegida dice así:
En la tradición de la escuela sagrada de China existe el concepto del sabio-santo. Este concepto posee una importancia mayor de lo que parece, a primera vista, porque resulta que, en esta tradición sagrada, no puede concebirse a un sabio que no sea santo ni a un santo que no sea sabio.
La escuela sagrada de China admite que existen caminos que tienen el propósito de alcanzar la sabiduría y caminos que tienen el propósito de alcanzar la santidad, pero ninguno de estos caminos puede alcanzar el objetivo hasta que el sujeto descubre la acción de la Ley Cósmica de la Armonía que demuestra que no puede existir la sabiduría al margen de la santidad ni puede existir esta última al margen de la sabiduría.
Los propósitos de la sabiduría y la santidad están fuera del alcance de la inmensa mayoría de los mortales. Sin embargo hay otros dos conceptos que interesan a la mayoría de ellos: me refiero al conocimiento y la virtud. Es preciso examinar estos conceptos de acuerdo con la experiencia de la escuela sagrada de China.
A la luz del “Camino del Medio” que es uno de los instrumentos que fueron inventados por la escuela sagrada de China, en tiempos remotos, la virtud que se construye, al margen del conocimiento, no es sana y el conocimiento que se construye, al margen de la virtud, no es verdadero.
En la tradición católica puede suceder que un hombre, extremadamente virtuoso, no sea más que un neurótico que se mantiene apegado a hábitos que invitan a encogerse de hombros a cualquier persona dotada de sentido común. Por ejemplo el hecho de llevar un cilicio debajo del cinturón. Quizás ésta es la razón por la que el supuesto santo se deja dominar por los ataques de ira cuando contempla los pecados de sus semejantes.
En el mundo académico, dominado por la filosofía racionalista, es posible contemplar a un sujeto al que se han concedido los máximos honores hasta que un día alguien se entera, de forma confidencial, de que su vicio oculto es la pederastia y, por esta razón, permanece atrapado en un chantaje lo cual muestra que es esclavo de otro hombre que no tiene ninguna visibilidad pero es el verdadero dueño del poder académico que detenta el personaje cargado de honores.
Los santos católicos pueden ser hombres aquejados de cuadros neuróticos más o menos graves. Mientras tanto los sabios racionalistas pueden ser hombres atrapados por una sociedad secreta por causa de un vicio inconfesable lo cual hace que permanezcan condicionados a la hora de publicar un libro o contratar a un profesor. Es obvio que los primeros están muy lejos de la santidad y los segundos están muy lejos de la sabiduría de acuerdo con la experiencia de la escuela sagrada de China.
El ser humano sano lleva dentro tanto el afán de conocimiento como el afán de perfeccionamiento. Se trata de hacer algo tan sencillo como explicar a los niños que el aprendizaje del conocimiento es inseparable del ejercicio del perfeccionamiento de uno mismo.
Cuando el niño se haya impregnado de este principio, habrá que explicarle que jamás logrará perfeccionarse, más allá de un mínimo, sino tiene la pasión de buscar la verdad que constituye la esencia del conocimiento verdadero.
También hay que explicar a los chicos y la chicas que los santos aquejados de cuadros neuróticos, más o menos graves, no tienen nada que ver con la santidad, mientras que los académicos que poseen la personalidad propia de los paranoicos dominadores, manipuladores o intrigantes no tienen nada que ver con la sabiduría.
Estos dos ejercicios permiten hacer una limpieza virtual muy interesante tanto de las colecciones de imágenes que se veneran en los templos, como de las galerías de retratos que presiden las sedes de las academias y las universidades de la mayoría de países del mundo.
Hay algunos santos católicos que no fueron grandes neuróticos. Un ejemplo de ellos es José de Calasanz que entregó su vida a la educación de los niños hasta el punto de que fue el inventor del concepto de la escuela pública y gratuita dos siglos antes de la Ilustración.
Las Escuelas Pías, fundadas por José de Calasanz, lograron escolarizar a casi todos los niños de Roma en los primeros decenios del Siglo XVII. Las primeras escuelas públicas y gratuitas, de la historia de Europa, desarrollaron los conceptos que darían lugar a la ciencia de la pedagogía. Estos conceptos, en los que es necesario educar a los pequeños, son la libertad, la veracidad, la responsabilidad y el espíritu de servicio.
José de Calasanz fue, antes que nada, un hombre de fe que mantuvo siempre la confianza inquebrantable en la protección de la Virgen María. Hay que recordar que esta protección no le faltó nunca a lo largo de muchos años. La prueba de ello es que siempre halló los recursos para financiar las escuelas donde, además de enseñarse, catecismo, gramática, aritmética, geometría y normas de educación, se proporcionaba el almuerzo a los niños y ropa y calzado dignos a los que carecían de estas prendas.
José de Calasanz además de ser un hombre de fe también fue un libre-pensador en el sentido más noble de este término. Por esta razón inventó los conceptos en los que se sustentaría la ciencia de la pedagogía y se mantienen vigentes al cabo de cuatro siglos.
José de Calasanz está más cerca del arquetipo del guerrero del lado de la luz, propio de la escuela sagrada de China, que del santo católico tradicional que acostumbra a ser un doctrinario que tiene la mente completamente dormida.
José de Calasanz da lugar a un arquetipo muy interesante que permite a un católico mirar, de igual a igual, a un maestro de la escuela sagrada de China que sin duda es un hombre que tiene la mente cien por cien despierta.
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