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La tragedia del socialismo utópico

La tragedia del socialismo utópico

Las circunstancias de mi vida me llevaron a sentir una gran atracción por algunos fenómenos que se desarrollaron, a lo largo del Siglo XIX y la primera mitad del Siglo XX, en varios países de Europa. Me refiero a las mutualidades, las cooperativas y los economatos.

Las mutualidades eran agrupaciones de familias que todas ellas pagaban una cuota con objeto de acceder a los servicios del médico o el hospital en el momento que precisaban de ellos. Esto sucedía en una época en que no existía el seguro público de enfermedad.

Las cooperativas eran agrupaciones de profesionales que juntaban sus esfuerzos para desarrollar una actividad que nadie podía hacer de manera aislada, pero tenía grandes posibilidades de hacerse por parte del colectivo. Por ejemplo la comercialización de los productos del campo en una posición de equidad con los compradores que se las saben todas.

Los economatos surgieron de la iniciativa de un grupo de personas que juntaban un capital suficiente para adquirir un gran volumen de mercancías a un precio muy ventajoso y las vendían a sus semejantes, más desfavorecidos, después de añadirles un margen mínimo que permitía pagar los salarios de los empleados del negocio altruista.

En el País Vasco (España) hubo un sacerdote católico que, en medio de los años duros de la posguerra, tuvo la ocurrencia de juntar a un grupo de obreros a los que conocía muy bien porque habían aprendido el oficio en una escuela de formación profesional que había fundado él y les propuso constituir una cooperativa que fabricaría estufas y cocinas domésticas. La iniciativa tuvo éxito y, con el paso de los años, daría lugar a un racimo de cooperativas que se convertirían en el grupo industrial más importante del país.

Los hombres iluminados que desarrollaron los conceptos de las cooperativas, las mutualidades y los economatos en el Siglo XIX se adelantaron a los tiempos. Sucedió que los inventos se degradaron, por causa del lado oscuro de la naturaleza humana, hasta el punto de que, en los inicios del Siglo XXI, casi nadie los contempla como una alternativa al sistema capitalista que, al parecer, es el único posible dado el nivel evolutivo de la humanidad.

La experiencia decimonónica acerca de las cooperativas, las mutualidades y los economatos es contemplada en el marco del concepto que recibe el nombre de socialismo utópico y sería descalificado, con la máxima contundencia, por el llamado socialismo científico (Marxismo).

La crítica a los teóricos del socialismo utópico tenía una parte notable de razón. El tiempo demostraría que la mayor parte de aquellas teorías tenían carácter idealista, desconocían por completo la naturaleza humana y, en consecuencia, eran irrealizables.

Las teorías socialistas que se divulgaron en la primera mitad del Siglo XIX eran irreales e incluso absurdas, pero las experiencias acerca de las cooperativas, las mutualidades y los economatos eran hechos reales y merecían que las personas inteligentes se las tomaran en serio porque podían contribuir a la creación de una sociedad en la que los valores que son propios de la empatía se mantuvieran en equilibrio con los valores que son propios del egoísmo y la codicia.

Recuerdo que en los años que estudiaba en la universidad pensaba mucho en el concepto de las cooperativas como un instrumento que podría adaptarse a la industria, el comercio, la construcción de viviendas e incluso al servicio eficiente en los mercados del ahorro y el crédito.

También recuerdo que cambié la manera de pensar, al igual que otras personas de mi generación, por el hecho de que el denominado socialismo científico había ocupado un espacio muy amplio en el mundo académico hasta el punto de que los que no se añadían, a algunas de sus tesis, eran considerados débiles mentales.

Lo cierto es que el socialismo científico no debería llamarse así por el hecho de que no se sostiene en el método científico de conocimiento ni tampoco tiene sus raíces en la experiencia humana acerca de la cooperación y la solidaridad que fue importante en un momento de la historia, pero se debilitaría por varias razones entre otras por las falsas expectativas que despertaría el socialismo científico.

En muchos países se mantiene viva una cultura empresarial que entiende que el valor de las personas está por encima del valor del capital que debe ser contemplado únicamente como un factor instrumental. Tengo el convencimiento de que esta experiencia sería más importante si el desdichado socialismo científico no hubiera nublado la vista a muchas personas de mi generación.

La República Popular China formalmente mantiene el socialismo científico como ideología oficial del estado. En la práctica la sociedad china e incluso el estado se sostienen en los valores incombustibles de la civilización que son el realismo y el pragmatismo. Este hecho da lugar a una sociedad que admite la pluralidad de experiencias aunque todas ellas tienen el referente de la cultura común que posee una historia de cuatro milenios.

Ahora mismo sucede que algunas de las compañías más innovadoras y competitivas de China añaden el ingrediente de que sus accionistas son los propios empleados (los que se han ganado este derecho con su actitud laboral leal y  responsable). Por medio de este mecanismo está surgiendo una clase media laboriosa que puede alcanzar una amplitud impensable y contribuir a la cohesión de la sociedad y el estado e incluso podría ser la impulsora de las reformas delicadas que deberán abordarse, un día u otro, en la República Popular heredera del Imperio del Centro.

La experiencia de China, en el plano de la economía, puede dar lugar nada menos que a un modelo inesperado por el hecho de que quien sostiene el mango de la sartén del capital es el estado que, sin duda, mantiene compromisos con el centro de poder que ejerce el dominio sobre el mundo, pero tiene la posibilidad de romper estos compromisos e incluso añadirse al modelo alternativo que podría surgir de una revolución que se articulara en el valor de la armonía que es nada menos que el concepto vertebrador de la Civilización China.

Algunos pensadores lúcidos, que han alcanzado la edad en que se ve crecer a los nietos, tienen el convencimiento de que el sistema capitalista ha incrementado sus peores defectos, desde el fin de la Guerra Fría, hasta el punto de haber alcanzado grados impensables de perversidad por lo que hace a la concentración de la riqueza en cada vez menos manos y el perfeccionamiento de los negocios especulativos hasta el punto de convertirlos en el motor de la economía. Estas cosas son adivinadas por todas las personas inteligentes, pero sólo son conocidas, con rigor, por poquísimos profesionales que gozan de mayor información que sus semejantes.

Estos pensadores veteranos también tienen el convencimiento de que el sistema capitalista, dotado de codicia y perversidad extrema, ha entrado en la fase de la agonía, pero ésta puede alargarse un siglo más por el hecho de que no se vislumbra ninguna alternativa.

Mi maestro tiene el convencimiento de que tendrá lugar un cambio muy grande en el mundo en el Siglo XXI y se iniciará a partir de su tercer decenio. Es posible que mi maestro tenga más influencia de la que yo sospecho en algunos compatriotas suyos que son hombres de mi generación que juegan un papel decisivo en los ámbitos de las tecnologías más avanzadas. Por este camino es posible que tenga información acerca de algunos temas que son conocidos por pocas personas que forman parte de la cúspide del estado de la República Popular China y no los comparta con nadie.

Ahora mismo debo contemplar a China como un factor de esperanza a pesar de que su sistema político sea imperfecto y difícil de perfeccionar. 

A mi modo de ver China debería proponerse alcanzar un grado aceptable de respeto a los derechos humanos (incluidos los que corresponden a la minoría de etnia turca y religión musulmana) manteniendo el carácter público del mango de la sartén del capital financiero y sin hacer ninguna concesión en este tema que tiene carácter clave. Si la República Popular consigue esta proeza tendrá la posibilidad de obtener el liderazgo sobre decenas de millones de seres humanos, de todos los continentes, que tienen la mente despierta y han elegido el lado de la luz de la energía.  

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