La revolución del amor
La humanidad posee las experiencias del pacto social y la manifestación masiva, pacífica y plural que puede agrupar a más de un millón de personas.
El pacto social comporta el sacrificio equilibrado que hacen las clases sociales que tienen carácter clave, en un determinado país, en aras de un beneficio, también equilibrado, para todas ellas.
Las manifestaciones masivas, pacíficas y plurales que se celebraron, en muchas ciudades del mundo en contra de la guerra de Irak, constituyeron una acción que gozó de la simpatía de una mayoría amplia de las sociedades respectivas quizás con la excepción de los Estados Unidos. Este detalle las hizo específicas en relación a otras movilizaciones sociales legítimas, de sectores concretos de una sociedad, cuyas reivindicaciones son respetables, pero no son compartidas por la mayoría de los ciudadanos.
Las experiencias acerca del pacto social y la manifestación masiva, pacífica y plural, que es patrimonio de millones de personas de bastantes países, son suficientes para que sea posible edificar la propuesta de una revolución que sólo podría tener carácter global en la medida que los problemas importantes, que afectan al mundo del Siglo XXI, tienen carácter global. Por ejemplo los problemas de la conservación del medio ambiente o de los jóvenes que no pueden hallar el empleo acorde con la calificación profesional que han conseguido.
En el momento de edificar la propuesta de una revolución, de carácter global, es necesario reflexionar acerca de un instrumento que podría ser la clave de la misma. Me refiero a la desobediencia civil. Esta experiencia humana todavía no ha alcanzado la dimensión que tienen el pacto social y la manifestación masiva, pacífica y plural, pero podría tenerla en la medida que sería una forma concreta de expresar los mismos conceptos.
Hay movimientos sociales y políticos, de tipo nuevo, que se refieren al sistema e incluso se denominan anti-sistema. También hay sociólogos que elaboran teorías acerca de este concepto, pero ninguno de estos profesionales, que yo sepa, se ha ocupado de definir el sistema de una manera que pueda explicar los hechos reales sin excepción. Esto sucede porque el sistema, que tiene el dominio sobre el mundo global, no puede ser contemplado desde el prisma de la mente dormida, que impera en la sociología académica, por la razón de que es un fenómeno que forma parte del ámbito de la mente despierta.
Cuando se examina el sistema, desde el prisma de la mente despierta, se descubre que el elemento determinante del mismo es el centro de poder que, a pesar de no tener forma institucional, muestra poseer un grado de control muy elevado sobre las grandes corporaciones, los estados, los bancos centrales y las instancias multilaterales.
Los profesionales que han adivinado que este centro de poder se mantiene aglutinado, por medio de una religión secreta, son muy pocos, pero los que han identificado el centro de poder, que no aparece jamás en los medios de comunicación, son muchos más.
La única revolución posible que se me ocurre es la que tendría el objetivo de identificar el centro de poder que tiene carácter global, pero también informal y secreto y, por lo tanto, no legítimo. La revolución cumpliría la función de sustituir el centro de poder no legítimo por una institución representativa del conjunto de la humanidad.
Es muy difícil elaborar el programa de una revolución que debe tener carácter global ya que ello exige conciliar intereses de países diversos y clases sociales diversas. Lo único seguro es que el primer objetivo de la revolución debería ser regular el sistema monetario y el sistema financiero por medio de instrumentos democráticos y transparentes lo cual es contemplado como un hecho tan novedoso que casi nadie piensa que sea posible.
En la mayoría de países del mundo existe la preocupación por el trabajo y el ahorro que afecta a una mayoría amplia de ciudadanos. Tengo claro que es posible edificar un pacto social, a escala global, sobre la base de la seguridad en relación al trabajo y el ahorro.
El concepto del ahorro podría ser incluso más importante que el del trabajo a la hora de constituir la mayoría social que debería protagonizar la revolución. Esto es así por el hecho de que el ahorro constituye un signo de identidad muy valioso de las clases medias laboriosas (altas, medias y bajas) e incluso de las clases trabajadoras cualificadas.
En el momento que la producción de bienes y servicios da paso a la especulación financiera, como motor de la economía, sucede que los ahorradores que llevan dentro el impulso de la especulación se ocupan de sacar la máxima rentabilidad a su dinero, pero lo cierto es que la mayoría de las personas que tienen ahorros, por encima de la rentabilidad, les preocupa la seguridad de los mismos.
Soy capaz de distinguir una diferencia entre China y los países de Occidente. En China todavía sucede que el motor de la economía son las compañías productoras de bienes y servicios. Estas compañías pueden cotizar en las bolsas de valores. Los ciudadanos, que tienen metidos sus ahorros en un paquete de compañías de este tipo, se sienten más o menos satisfechos de la rentabilidad que obtienen. Es posible que tengan la experiencia negativa de que alguna de las compañías elegidas haya sufrido un percance, pero el resto de ellas han incrementado su patrimonio, de forma notable, año tras año.
En los países de Occidente las cosas son distintas y cada vez hay más personas lúcidas que hacen la hipótesis de que el sistema de poder, que tiene carácter global, pueda garantizar la seguridad del ahorro en el corto y quizás el medio plazo, pero, en el largo plazo, no pueda hacerlo por causa de que el factor principal que rige, sobre el sistema, es nada menos que la especulación financiera.
Tengo el convencimiento de que sólo existe una manera de garantizar el ahorro de los ciudadanos en el medio y el largo plazo que es por medio de la existencia de un fondo dinerario de carácter público y universal que fuera administrado por profesionales incorruptibles y tuviera la dimensión suficiente para tener bien agarrado el mango, de la sartén del capital, frente a cualquier contingencia derivada de la evolución de los ciclos de la economía y frente a cualquier acción de un grupo de especuladores por muy ricos que fueran.
El fondo dinerario público y universal sería la institución representativa del conjunto de la humanidad que ejercería el control responsable tanto sobre el sistema financiero como sobre el sistema monetario y los bancos centrales.
La constitución de un fondo dinerario público y universal es factible desde el punto de vista técnico. Para ello sería preciso que existiera una ley que tuviera carácter universal y obligara a todos los patrimonios, superiores a una determinada cifra, a invertir una pequeña parte de sus activos financieros en bonos del mencionado fondo retribuidos a un interés simbólico.
Me parece obvio que los ahorradores sensatos estarían entusiasmados ante esta iniciativa que garantizaría la solvencia del sistema financiero (y en consecuencia sus ahorros) mientras que los especuladores no tendrían más remedio que someterse a la ley universal que se implementaría en todos los países del mundo sin excepción.
Alguien puede objetar que los paraísos fiscales no se someterían a la ley universal. Supongo que no tendrían más remedio que hacerlo bajo la presión de las siluetas amenazantes de un par de fragatas, armadas con misiles mar-tierra, que una de ellas llevara la bandera de la India y la otra la bandera del Suecia (para poner un ejemplo de dos países de clara vocación pacífica).
Tengo el convencimiento de que los profesionales incorruptibles existen en todos los países. Imagino a ejecutivos veteranos de la banca y a funcionarios responsables de la administración de las finanzas públicas que, en un momento cercano a la jubilación, se les propusiera trabajar cinco años más con un sueldo un poco mejor, un horario laboral un poco más ligero y unas vacaciones más largas y el objeto principal de prestar un servicio a la humanidad.
Los profesionales incorruptibles tendrían el modelo de los caballeros templarios que, en el Siglo XIII, inventaron nada menos que los conceptos de la banca comercial y la banca pública, por medio del servicio de la financiación del comercio y algunos reinos de la época, lo cual les obligó a manejar grandes sumas de dinero mientras mantenían el voto de pobreza.
La existencia de una institución representativa del conjunto de la humanidad que ejerciera el control responsable, sobre el sistema monetario y el sistema financiero, permitiría la creación de una divisa mundial de referencia que se sustentara en parámetros lógicos y equitativos y vehiculizara el comercio y la inversión internacional incluido el comercio del petróleo. Esta posibilidad que ha resultado inviable, a lo largo de medio siglo, cobra sentido en el momento que se vislumbra un equilibrio entre las grandes potencias que son los Estados Unidos, China, la Unión Europea y Rusia y sus aliados.
Existen movimientos de jóvenes que se apellidan anti-sistema y hacen las delicias de algún sociólogo idealista que sabe muy bien que ninguno de estos movimientos tiene la posibilidad de causar ni siquiera un rasguño al sistema. Sin embargo una iniciativa, de carácter global, encabezada por las clases medias laboriosas y las clases trabajadoras cualificadas, que disponen del instrumento inesperado de la desobediencia civil (transitoria) a la hora de liquidar sus impuestos, tiene la posibilidad de llevar a cabo la revolución más importante de la historia de la humanidad que se regiría por los valores imbatibles de la paz, el amor y la armonía.
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