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La reencarnación y la acumulación de consciencia

La reencarnación y la acumulación de consciencia

La escuela sagrada de China hizo propio un elemento del conocimiento humano que había aparecido en la Religión Hinduista que es la más antigua de las grandes religiones de la humanidad. Este elemento del conocimiento es conocido con el término de reencarnación.

Al parecer el concepto de la reencarnación llegó a China de la mano de la Religión Budista que tuvo su origen en la India. La escuela Sagrada de China hizo suyo este elemento del conocimiento humano y se ocupó de reflexionar acerca del proceso de acumulación de conciencia que puede llevar a cabo un alma humana a lo largo de sucesivas existencias terrenales.

Esta hipótesis constituye la cara racional de una de las creencias más generalizadas de la humanidad que, por lo general, mantiene el nombre de reencarnación. Al parecer esta creencia es la segunda más importante después de la existencia de Dios y por delante de la divinidad de Jesucristo. Esta creencia, por lo general, tiene un perfil ingenuo. En algunos casos incorpora elementos, sumamente irracionales, que repugnan al sentido común. Por ejemplo hay quien asegura que determinados seres humanos fueron reptiles o simios en una supuesta existencia anterior y otros lo serán en una existencia futura.

La hipótesis de la acumulación de conciencia, a lo largo de sucesivas existencias terrenales, ha dado lugar a un prejuicio, de extrema potencia, con el que se identifican los semejantes que niegan esta posibilidad incluso de forma vehemente.

La hipótesis, de la que estamos hablando, permite, mejor que otras, identificar el grado de despertar de la mente de los seres humanos. Aquellos que admiten la posibilidad de que su alma pueda tener experiencia de una vida anterior muestran tener la mente bastante despierta mientras que los que se cierran, en banda, ante esta posibilidad muestran tenerla bastante dormida.

A medida que transcurre el Siglo XXI sucede que cada vez hay más personas inteligentes que se limitan a encogerse de hombros frente a la hipótesis de que su alma pueda acarrear una experiencia que es fruto de una vida anterior.

A lo largo de la última generación también ha sucedido que los pensadores cristianos, que sentían la necesidad de combatir esta hipótesis, han decidido cerrar la boca ante una creencia que podría ser más antigua que las religiones organizadas e interesa, en un grado menor o mayor, a la mitad de los habitantes de la Tierra lo cual puede tener una explicación, de orden superior, que da que pensar a las personas que tienen la mente más despierta.

Jesucristo explicó que Juan Bautista era el hombre más grande de los nacidos de mujer antes de revelar que era el mismísimo Elías. Para que no quedara ninguna duda acerca de la importancia de aquella revelación inesperada añadió la frase que reservaba para las grandes ocasiones y reza: “El que tenga oídos para oír que oiga”.

Si se acepta que Juan el Bautista llevaba dentro la misma alma que el profeta Elías no hay más remedio que contemplar la hipótesis de que este fenómeno se haya repetido otras veces a lo largo de la historia de la humanidad.

Los Padres de la Iglesia tenían la mente demasiado dormida para aceptar que dos hombres, que habían vivido en momentos distintos de la historia, llevaran dentro la misma alma. Por esta causa la revelación de Jesucristo, acerca de un tema clave de la existencia humana, no se incorporó a la tradición de la Iglesia.

Más tarde sucedió que los filósofos escolásticos mostraron que tenían la mente todavía más dormida que los Padres de la Iglesia cuando llegaron a la conclusión, por medio de razonamientos lógicos pero sumamente abstractos, que Dios crea el alma en el mismo instante que crea el cuerpo de cada ser humano.   

La única manera que existe de trascender la filosofía especulativa, con objeto de no dejarse atrapar por sus argumentos lógicos pero alejados de la realidad, es permaneciendo fieles a los conceptos esenciales que son fruto de la experiencia de las personas que tienen la mente más despierta que los demás.

Es demostrable que los conceptos que tienen carácter determinante, en la experiencia de la vida de las personas que tienen la mente despierta, son la fe, la cordura y la conciencia. Cuando una persona, que tiene la mente despierta, ha acumulado una cierta experiencia acerca de la fe le sucede que también la ha acumulado acerca de la cordura. Esto le ha ocurrido en el momento en que no ha tenido más remedio que superar una prueba de la vida que le ha obligado a contemplar el rostro de la locura.

Tengo el convencimiento de que, algún día no lejano, podrá demostrarse, por medio de tesis doctorales serias, que el concepto auténtico de la fe es fruto de la experiencia humana que obliga a cruzar el abismo de la locura permaneciendo intacto. Este hecho puede recibir el título de milagro y tiene, como consecuencia, que el sujeto, que ha conseguido cruzar el abismo de la locura manteniéndose cuerdo, descubra que la fe y la cordura son las dos caras de una moneda que es nada menos que la conciencia que permite contemplar aspectos inesperados del mundo real que se esconde tras el mundo aparente que tenemos a la vista.

Debo suponer que esta experiencia es patrimonio sólo de un segmento de seres humanos. Este segmento todavía es reducido pero es significativo porque es transversal a las civilizaciones y las religiones y goza de los referentes del patriarca Job, el maestro Mong Tse y otros maestros de la antigüedad de las naciones de Asia que mantienen la máxima credibilidad.

La hipótesis de la acumulación de conciencia, a lo largo de sucesivas existencias terrenales, sólo puede ser contemplada, de forma racional, por un ser humano que ha construido una experiencia sólida de la fe y la cordura y ha descubierto que estos dos conceptos son las dos caras de una moneda que es precisamente la conciencia.

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