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La ley del destino y la ley del libre albedrío, dos caras de una misma moneda

La ley del destino y la ley del libre albedrío, dos caras de una misma moneda

La filosofía de las iglesias cristianas contempla el concepto del libre albedrío tal como se enseña en las catequesis cuando se explica, a los niños, que Dios les ha dado libertad para que decidan hacer el bien o hacer el mal, para ser veraces o ser embusteros, para ser honrados o ser sinvergüenzas, para ser creyentes o ser ateos, etc.

Las cosas que se explican a los niños, en las catequesis, acerca del concepto del libre albedrío, son verdad, pero no son toda la verdad. Para comprender este concepto, con el máximo rigor, hay que comprender otro concepto que tiene la misma importancia: Me refiero al concepto del destino y la Ley del Destino.

Hay pensadores que no aceptan el concepto del libre albedrío o bien lo contemplan como un fenómeno que forma parte de la experiencia de una minoría exigua de privilegiados. Estos pensadores explican que la mayoría de seres humanos no son libres por el hecho de que permanecen encadenados a las circunstancias de la vida que tienen su origen en el marco familiar en el que han venido al mundo y los recursos económicos de los que disponen. Como consecuencia de estos condicionantes no tienen la posibilidad de tomar decisiones en libertad.

Se han escrito centenares de libros que plasman los factores diversos que condicionan la libertad humana a veces incluso de forma determinante. En mi opinión la especulación  intelectual acerca de los límites del libre albedrío forma parte del ámbito de la mente dormida.

El hombre y la mujer, que tienen la mente despierta, no emplean el tiempo en pensar acerca de los límites evidentes del libre albedrío porque se hacen otra pregunta mucho más importante: ¿Por qué Dios ha creado el ser humano a su imagen y semejanza y le ha dado el don de la libertad?

Las escuelas sagradas saben, desde hace muchos siglos, que la Ley del Libre Albedrío es el anverso de una moneda cuyo reverso es la Ley del Destino. Esto significa que o bien existen ambas leyes o no existe ninguna de las dos.

Desde el ámbito de la mente dormida el concepto del destino es antagónico con el concepto del libre albedrío. En este estado mental es fácil hacer el siguiente razonamiento: Si el ser humano es libre significa que no puede tener un destino y si tiene un destino es la señal de que no es libre.

Mi maestro me descubrió el proverbio que afirma que hay cien maneras de equivocarse y sólo una de acertar. Este proverbio encierra una sabiduría muy refinada y explica, de una manera práctica, que el ser humano tiene un destino escrito en el Cielo, pero precisa haber cometido unos cuantos errores antes de hacer el descubrimiento clave de su vida. 

El descubrimiento del destino, escrito en el Cielo, es la señal que muestra que el ser humano ha alcanzado el estado de la mente despierta. A partir de este momento nada de lo que sucede en su vida tiene el sabor de la fortuna o la desgracia y lo único que cuenta es la prueba por la que no tiene más remedio que pasar y la lección de conocimiento que tiene el privilegio de aprender como premio por haber superado la prueba.

En el momento que el ser humano, que ha descubierto el destino que tiene escrito en el Cielo, se entrega a cumplirlo le sucede que accede a un grado superior de consciencia de la realidad. El sujeto se percata de este hecho porque aparecen en su vida obstáculos engorrosos inesperados que las personas ordinarias no pueden ni siquiera imaginar, pero también aparece una fuerza protectora, de orden espiritual, muy poderosa que le ayuda a seguir el camino que lleva al cumplimiento del destino aunque el factor tiempo nunca estará bajo su control por lo que las virtudes que no tendrá más remedio que cultivar son la paciencia y la perseverancia.

El descubrimiento de la Ley del Destino hecha por las escuelas sagradas puede ser plasmado en los parámetros de la revelación que transmite la Biblia por medio del siguiente razonamiento:

Dios ha dado un destino a cada ser humano en el momento que lo ha creado a su imagen y semejanza y también le ha dado la posibilidad de descubrirlo o no descubrirlo. Por último, le ha otorgado el derecho a cumplirlo o no cumplirlo una vez lo ha descubierto. Ésta es la forma correcta de entender el concepto del libre albedrío.

De acuerdo con mi experiencia el ser humano que decide cumplir el destino, que tiene escrito en el Cielo, se convierte en un elegido y jamás le faltará la ayuda para sortear los obstáculos tremendos que encontrará en su camino que discurre por un mundo que permanece bajo el dominio de Lucifer tal como reveló Jesucristo.

El concepto del libre albedrío, aislado del concepto del destino, no es otra cosa más que un somnífero que contribuye a mantener la mente humana sumida en el estado del sueño psíquico.

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