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La guerra interior

La guerra interior

Hubo un rey de Inglaterra que dijo que él podía crear un duque o un conde, pero sólo Dios podía crear un caballero. Existe una máxima de la escuela sagrada de China que dice que sólo el Cielo puede crear un guerrero.

La reflexión idéntica aparecida en los dos extremos del mundo, de hace mil años, tiene valor concluyente. En mi opinión el arquetipo del guerrero o el caballero es el más luminoso de todos los que proceden de la experiencia de las escuelas sagradas.

En la Civilización Occidental el mito del guerrero se ha mantenido vivo por medio de la memoria de los Caballeros Templarios que desarrollaron el concepto del servicio hasta el punto de que inventaron nada menos que la financiación del comercio, entre las ciudades libres de Europa, en plena Edad Media.

La imagen del caballero templario, montado en un caballo elegante y arropado por la capa de tono crudo que luce, sobre el hombro izquierdo, una cruz patada hermosa bordada, en hilo de seda de color carmín, resulta subyugante a muchas personas sensibles. Estas personas deben percatarse de que el signo de identidad del caballero es que ha conseguido ser el dueño de si mismo y, por esta razón, tiene la posibilidad de ayudar al prójimo que podrá ser un noble, un menestral o un mendigo.

El arquetipo del guerrero alcanza la máxima expresión cuando se contempla a la luz de la revelación de la Biblia que afirma que el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Esta revelación permite hacer la hipótesis de que la posibilidad de evolución de la mente humana es muy elevada.

Las escuelas sagradas de Asia tienen el convencimiento de que las posibilidades de evolución de la mente humana no tienen ningún límite. Estas escuelas no tienen su raíz en la revelación de la Biblia sino en otras fuentes de información que también gozan de carácter sagrado.

Existe otra máxima de la escuela sagrada de China que dice que la única guerra que interesa al guerrero es la que tiene lugar dentro de él.

La guerra interior que preside la vida de los mejores hombres y mujeres, a lo largo de un determinado período de su vida, es muy dura. Nadie debe engañarse acerca de este hecho que forma parte de la experiencia de todas las escuelas sagradas sin excepción. 

Todos los procesos de iniciación que han desarrollado las escuelas sagradas coinciden en que el hombre y la mujer que se proponen alcanzar la condición de seres libres, por medio de acceder al estado de la mente despierta, deben estar dispuestos a mantener una guerra interior implacable sin perder jamás la confianza en la victoria.

El mito de los Caballeros Templarios resulta subyugante porque se sustenta en el ejemplo del hombre que ha vencido en la guerra contra si mismo y, por ésta única razón, tiene la posibilidad de poner su vida al servicio de sus semejantes. Este mito tuvo sabor masculinista a lo largo de varios siglos, pero, en el mundo contemporáneo, interesa, por un igual, a los hombres y las mujeres.

El conocimiento de las escuelas sagradas se sustenta en destellos de revelación que el Cielo ha hecho llegar a la Tierra en todas las Civilizaciones. Por encima de todo el conocimiento verdadero de la humanidad se sustenta en la experiencia personal de hombres y mujeres que alcanzaron el estado de la mente despierta por medio de desarrollar la práctica de la fe y la cordura que tiene como resultado la aparición de la consciencia.

La experiencia que tienen en común todos los hombres y mujeres, que han alcanzado el estado de la mente despierta y han elegido el lado de la luz de la energía, es la de la guerra interior que dura muchos años y se resuelve con la victoria siempre que el iniciado sea capaz de cumplir el mandato de Jesucristo que ordena a los elegidos aguantar firmes hasta el final. 

Mientras las guerras de todos los tipos han sido manifestaciones del lado oscuro de la realidad, el lado de la luz se ha construido, poco a poco, por medio de la guerra interior a la que se han entregado los seres humanos que han sido campeones de la lucidez y el coraje. Estamos contemplando una paradoja que debe resultar apasionante a todos los estudiosos serios.

Las cosas han sucedido de la misma manera en todos los continentes. La Civilización Occidental ha gozado del magisterio de Jesucristo. En las otras civilizaciones ha habido otros maestros que han divulgado piezas igualmente valiosas del Laberinto de la Verdad. 

El arquetipo del guerrero puede perfeccionarse, al límite, cuando se comprende el sentido verdadero del magisterio de Jesucristo que fue manipulado, sin decoro, por los  constructores del poder religioso, pero permanece vivo en los textos de los evangelios sobre todo en algunos que jamás se leen en los templos.

Jesucristo recreó el concepto del Reino de Dios o Reino de los Cielos en múltiples parábolas. En muy pocas ocasiones explicó este concepto al margen de la alegoría y la metáfora. La más clara de todas las explicaciones aparece en el diálogo que mantuvo con Nicodemo que era el representante de la minoría de hombres honrados que formaban parte del poder religioso de la época.

El concepto que reveló el maestro, por medio del diálogo con Nicodemo, fue el del renacimiento del espíritu con objeto de acceder al Reino de Dios.

El renacimiento del espíritu sólo puede ser el resultado de la victoria en la guerra interior que todo ser humano tiene escrita en su destino. La guerra interior tiene carácter distinto en cada guerrero, pero en todos los casos es muy dura porque es obvio que para renacer primero hay que morir.

Renacer en el mundo real resulta imposible si no se muere antes en el mundo aparente. Las cosas son así porque no pueden ser de ninguna otra manera.

Los hombres y las mujeres que alcanzan un determinado hito irreversible en la guerra interior, que han librado a lo largo de unos cuantos años de su vida, se percatan de que el Reino de Dios no es otra cosa más que el mundo real que se esconde detrás del entramado de mentiras y absurdidades que conforman el mundo aparente que tenemos a la vista.

La Religión Cristiana auténtica es muy sencilla de explicar, pero es muy dura de seguir al igual como sucede con las otras manifestaciones de la religión verdadera que se han desarrollado en todos los continentes.

 

 

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