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La famosa aventura de Don Quijote,  entre la locura y la lección de conocimiento

La famosa aventura de Don Quijote, entre la locura y la lección de conocimiento

Ayer asistí al almuerzo que junta, de tanto en tanto, al colectivo de hombres y mujeres que fuimos compañeros de curso mientras estudiamos en la universidad. En la larga velada, que siguió al almuerzo, tuve la oportunidad de conversar con un ex–compañero de curso que merece ser considerado un intelectual de primera fila por la originalidad de su pensamiento, ciento por ciento realista, aunque los dos libros que ha publicado no hayan alcanzado el éxito que su autor esperaba y supongo que se merecía.

El intelectual de primera fila siente pasión por la Civilización China y, cada vez que coincide conmigo, precisa interrogarme acerca de alguna cosa que tiene que ver con aquel país, en el que yo paso estancias más o menos largas, mientras él se gana la vida en calidad de director técnico de una industria que fabrica cantidades ingentes de consumibles de cuarto de baño.

En esta ocasión la conversación con el ex–compañero de curso fue bastante larga desde el momento que otros dos colegas que nos acompañaban decidieron dejarnos solos con objeto de añadirse a un tema de conversación más convencional. El hombre escuchó, con atención, la hipótesis que le planteé que consistiría en construir una antropología y una psicología que se sustentaran en el concepto de la evolución de la consciencia de acuerdo con las alegorías de la pagoda que tiene muchos pisos y la moneda que tiene dos caras.

Mi interlocutor es el clásico intelectual serio que ha hecho de la filosofía racionalista un paradigma que tiene la posibilidad de explicar todas las cosas relevantes aunque admite que el edificio mantiene algunas habitaciones oscuras que forman parte del ámbito del misterio que da sentido a la supervivencia de la religión cuya práctica él ha abandonado aunque no ha dejado de creer en la existencia del Dios filosófico tal como lo definieron los pensadores griegos.

El intelectual racionalista está dotado de la mente propia de un hombre que ha estudiado una carrera de ciencias, ejerce una labor profesional ciento por ciento técnica y ha construido un método de pensamiento realista. Con este bagaje encima el hombre argumentó que el concepto de la evolución de la consciencia, tal como se lo había explicado, podía tener carácter subjetivo. Incluso contempló la posibilidad de que el subjetivismo alcanzara a un colectivo de personas que fueran muy inteligentes, pero se mantuvieran atrapadas en una sugestión mental que permaneciera viva siglo tras siglo y afectara a todos los eslabones de la cadena de la estirpe de maestros de una escuela sagrada.

A lo largo de un buen rato la conversación giró entorno de la frontera difusa que puede haber entre el subjetivismo y los hechos que merecen ser juzgados de verdaderos una vez han sido examinados por medio del método científico de conocimiento.

Llegados a este punto establecimos el acuerdo de que sólo nos merece confianza el método científico de conocimiento que exige de un cierto número de observadores independientes que, todos ellos, empleen el protocolo del ensayo repetido que permite desechar errores diversos hasta que aparece una tesis que merece ser proclamada como verdadera por lo menos hasta que sea desplazada por otra tesis más verdadera que haya sido obtenida por medio de la aplicación del mismo método.

Lo más interesante de todo sucedió al final de la conversación cuando tuve la ocurrencia de desarrollar el argumento de que la psicología, que se sustentaría en el concepto de la evolución de la consciencia, podría permitir explicar la locura desde presupuestos científicos que es algo que no ha logrado hacer nadie.

Mi interlocutor quiso saber que tenía que ver la locura con la evolución de la consciencia. Se me ocurrió responderle por medio de un argumento que tenía como protagonista al más famoso de los locos que es Don Quijote de la Mancha. Le expliqué que cuando éste, montado en su caballo Rocinante, se decide a atacar a un molino de viento, después de confundirlo con un gigante malévolo, contempla un hecho real que es la existencia de hombres provistos de poder inmenso que tienen el dominio implacable sobre el mundo y merecen el título de gigantes, pero se confunde porque su consciencia no ha llevado a cabo el proceso de evolución que es necesario para distinguir un gigante de un molino de viento.

Después de escuchar este argumento, el intelectual racionalista mostró que tenía la mente bastante despierta cuando reconoció que acababa de escuchar una hipótesis atrevida pero fascinante. Añadió que le gustaría disponer del talento que exigiría escribir un ensayo que explicara la aventura famosísima de Don Quijote, con los molinos de viento, desde la perspectiva de la evolución de la consciencia de acuerdo con los presupuestos sugerentes que proceden de la escuela sagrada de China.

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