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El oscurísimo misterio detrás de la fórmula del interés compuesto

El oscurísimo misterio detrás de la fórmula del interés compuesto

La fórmula del interés compuesto ha dado que pensar a muchas personas inteligentes, que tienen conocimientos de matemáticas, empezando por Albert Einstein que hizo un comentario muy interesante acerca de la ecuación aritmética que cumple una función determinante en el sistema financiero.

Recuerdo muy bien que cuando tuve la oportunidad de hacer un curso muy provechoso, en una de las escuelas de negocios más afamadas del mundo, no hubo ningún profesor de finanzas que me diera una explicación razonable a la existencia de la fórmula del interés compuesto que acostumbra a regir tanto el costo de los préstamos como la retribución de los depósitos bancarios.

Cuando se plasma, sobre un papel, el cálculo del interés que devenga un préstamo que se rige por la fórmula del interés simple aparece una línea recta inclinada cuya pendiente viene determinada por la cifra del interés. Cuando se lleva a cabo la misma operación, regida por la fórmula del interés compuesto, aparece una curva exponencial que, en el larguísimo plazo, tiende nada menos que al infinito.

No hay más remedio que hacer la hipótesis de que la fórmula del interés compuesto fuera inventada con objeto de dar al dinero una cualidad específica que no puede tener la fórmula del interés simple. Esta cualidad no se manifiesta en el corto plazo, del período de amortización del préstamo, pero se manifiesta en el medio plazo y sobre todo en el largo plazo del mismo.

Supongo que los usureros inventaron la fórmula del interés simple en épocas remotas. Esta fórmula ya daba al dinero el poder de crear dinero al margen del trabajo, el esfuerzo y la asumción de un riesgo. Esta fórmula ya emulaba el poder divino de crear y poseía un grado elevado de oscuridad, pero era posible inventar una fórmula que no sólo emulara el poder de crear sino la posibilidad de hacerlo en grado infinito. Supongo que en el momento en que se implementó la fórmula del interés compuesto, en el sistema financiero, sucedió que el dios del dinero obtuvo, por fin, más poder en la Tierra que el verdadero Dios.

Cualquier intelectual racionalista que tuviera la paciencia de seguir mis razonamientos llegaría a la conclusión de que son propios de alguien que sufre una grave psicosis. En cambio tengo el convencimiento de que un profesional que disponga de información fidedigna, acerca de las cosas sumamente extrañas que suceden en el ámbito de los temas que tienen que ver con el dinero en mayúsculas, estaría dispuesto a darles credibilidad.

Lo cierto es que el mundo del dinero en mayúsculas forma parte del ámbito de la mente despierta. Por esta razón tanto los intelectuales racionalistas como la mayoría de los periodistas no han tenido ninguna posibilidad de adentrarse en él a lo largo de los dos últimos siglos.

Algunos secretos del mundo del dinero en mayúsculas han empezado a ser desvelados por medio de la labor de los bravos periodistas de investigación que se enfrentan con temas que obligan a tener la mente despierta una vez han creado un consorcio que los protege, hasta cierto punto, de los enemigos poderosísimos con los que no tienen más remedio que confrontarse.

La fórmula del interés compuesto da lugar a un concepto que, en lenguaje técnico, se conoce como la capitalización de los intereses. Esto significa que hace posible el cobro de intereses añadidos que han sido devengados por los propios intereses.

La fórmula del interés compuesto se aplica tanto a los préstamos como a los depósitos. Esto significa que afecta a miles de millones de seres humanos que son clientes de las instituciones financieras tanto por lo que hace a sus activos como a sus pasivos. Por supuesto que los bancos conocen la manera de que el concepto de la capitalización de intereses no afecte apenas a la retribución de los depósitos y sólo afecte a una parte de los préstamos en los que mantienen el mayor de los negocios que tiene carácter de usura sin que los intelectuales racionalistas se hayan enterado de ello.

Hay millones de familias que han comprado su vivienda por medio de un préstamo que tiene la garantía de la propia vivienda. En muchos casos las familias han optado por un préstamo que es amortizado en un número muy largo de años. Por lo general las familias lo único que hacen es retener la cifra de dinero que deben pagar, todos los meses, al banco para financiar la compra de su vivienda y se olvidan del resto de detalles del préstamo que resultan engorrosos a las personas que no han estudiado matemáticas.

Si las familias de las que hablo se ocupan de hacer el cálculo del dinero que habrán devuelto al banco, en calidad de intereses, se sorprenderán porque seguramente éste habrá multiplicado, por dos o más enteros, el valor del dinero que el banco les prestó para adquirir su vivienda.

En una ocasión tuve la oportunidad de estudiar la forma como era amortizado un préstamo, con garantía hipotecaria, que había sido suscrito por una familia a la que no tendría más remedio que ayudar con objeto de que no perdieran su vivienda en el momento en que se habían quedado sin recursos para pagar el monto mensual de la amortización del préstamo. Recuerdo que me quedé horrorizado cuando descubrí que, mientras la familia había pagado más de la mitad de la cifra de dinero comprometida con el banco, sólo había amortizado una cuarta parte del capital y el resto de dinero pagado se correspondía a intereses calculados por medio de la maldita fórmula del interés compuesto.

Debo suponer que hay razones de peso para que la fórmula del interés compuesto sea erradicada del sistema financiero por las leyes de los países que han alcanzado un cierto grado de civilización. Por lo que yo conozco esto sólo ha sucedido en los países de cultura musulmana. En el resto de los países la fórmula oscurísima se mantiene en vigor con independencia del color de los gobiernos lo cual demuestra hasta que punto los políticos, de todos los partidos, o son extremadamente ignorantes o son cómplices del sistema de poder que rige el mundo desde hace muchos siglos.

Debo hacer la hipótesis de que la fórmula del interés compuesto esté protegida por un rito propio de la religión de Lucifer que cumple la función de mantener vivo el dios del dinero. Esta posibilidad, que escapa al pensamiento racionalista, es coherente con mi experiencia de la vida que tengo el deber de dejar, bien documentada, por medio del largo relato novelado que estoy escribiendo.

Los ritos religiosos precisan de un sustrato material con objeto de ser eficientes. Las iglesias cristianas mantienen los ritos sagrados del Bautismo y la Eucaristía en los que el sustrato material es el agua en el primer caso y el pan y el vino en el segundo caso. Hay que reconocer que los ritos sagrados se han degradado, en algunos casos más que en otros, por causa de que los clérigos no tienen fe suficiente en la eficacia del rito.

Tengo el convencimiento de que, en el lado de la oscuridad, los ritos funcionan bien desde el momento que los celebrantes del mismo han elegido como sustrato material nada menos que el dinero y se esfuerzan en mantener un grado de fe muy elevado en el poder de que demuestra tener su maestro, Lucifer, precisamente sobre el dinero. 

Debo hacer la hipótesis de que el dios del dinero es el auténtico dios del mundo desde el momento que le ha sido otorgada la cualidad divina de crear incluso por medio de una ecuación que da lugar a la clásica curva exponencial o logarítmica que, en el largo plazo, tiende hacia el infinito lo cual es un hecho que sólo comprenden las personas que han estudiado matemáticas.

Si las cosas son así hay una razón más para pensar que el Islam es una pieza clave del Plan de Dios que ha cumplido la función de mantener, una parte relevante del mundo, protegido de la fórmula diabólica que hace posible que el dios del dinero tenga más poder en la Tierra que el verdadero Dios.

 No debo olvidar que Jesucristo puso el dinero en el mismo nivel que Dios cuando proclamó que era imposible servir a dos señores que son precisamente el Dios verdadero y el falso dios que tiene el poder en la Tierra. Esto sucedió mucho antes de que apareciera el concepto del cálculo exponencial que permitiría inventar la fórmula oscurísima del interés compuesto.

Es posible contemplar la hipótesis de que fuera el propio Jesucristo quien solicitara al Dios Padre que encargara, al arcángel Gabriel, inspirar al profeta analfabeto de Arabia una religión muy sencilla, pero muy potente, que cumpliría la más importante de todas las funciones que son propias de de la religión verdadera que es la práctica cotidiana de un rito de sumisión incondicional a la voluntad de Dios.

En una ocasión dejé escrito, en mi diario, que una función sagrada del Islam podría ser la de mantener vivo el rito del sacrificio del cordero que permite rememorar la fe del patriarca Abraham y hacer frente a la energía invertida que procede del rito criminal que se conoce con el nombre del secreto mejor guardado de la historia de la humanidad. 

Es posible que otra de las funciones decisivas del Islam, en el Plan de Dios, haya sido la de edificar una alternativa al sistema financiero que se sostiene en la fórmula oscurísima del interés compuesto.

Existe un sistema bancario que no se sostiene en el concepto del interés sobre el dinero sino que lo hace en la comisión comercial que se calcula en función del período de devolución del préstamo o la cancelación del depósito. Existe el procedimiento del alquiler de una vivienda que incluye la opción de la compra y el contrato está hecho de una forma que no permite el ejercicio de la usura en ningún caso. En algunas ciudades del mundo ha sucedido que los bancos multinacionales han debido adoptar estas fórmulas con objeto de competir con los bancos de los musulmanes en el mercado hipotecario.   

Tengo el convencimiento de que, en el larguísimo plazo, el líder de la Religión del Islam sólo podrá ser Jesucristo al igual como lo es de la Iglesia Cristiana que es una sola y está mucho más arriba del mosaico de estructuras de poder religioso que suman más de mil y, la más importante de todas, es la que tiene la cabeza en Roma y goza de un factor de marketing inigualable que es la figura del señor que va vestido con la sotana de color blanco.

Conozco a un musulmán cosmopolita que está de acuerdo con la hipótesis de que, en el larguísimo plazo, el líder de la Religión del Islam sea Jesucristo por el hecho de que es demostrable que el Cristo de Dios es el maestro más elevado que ha pisado la Tierra y además hizo la promesa de regresar a ella algún día. Esta profecía, sumamente arriesgada, está muy bien documentada en el Corán y todos los musulmanes lo saben.  

He observado que las grandes lecciones de conocimiento que permanecen escondidas en los evangelios y resultan incomprensibles a los doctrinarios evangélicos y católicos, son comprendidas, incluso con entusiasmo, por algunos musulmanes al igual como sucede con algunos budistas y herederos de la antigua sabiduría de China. Este hecho constituye una de las grandes paradojas de las religiones en el Siglo XXI. 

El hecho de que Jesucristo fuera el líder de la religión del Islam no desmerecería la memoria del profeta Muhammad sino que le daría una dimensión todavía más universal desde el momento que los cristianos no tendrían más remedio que hacer suya la revelación que contiene el Corán que no es mucha, pero está dotada de gran potencia y tiene la virtud de que permite encajar algunas de las piezas más importantes del laberinto de la verdad.

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